I Concurso de Relato Corto Astronómico AstroMAD

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Telescopio
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Mensajepor Telescopio » 06 Oct 2008, 08:49

Bueno, aunque los relatos ganadores serán publicados en las webs de AstroMAD y de AstroHenares, aquí tenéis el mío:

EL CERRO

Autor: Telescopio


LA RESPUESTA DEL VIEJO LUGAREÑO me llegó a través de la ventanilla, mezclada con saliva y con el fétido efluvio de su maltrecha y sucia dentadura. Pero por lo menos me aclaró la ruta a seguir, así que, tras darle las gracias, pisé el acelerador y me alejé del anciano y de sus podredumbres bucales tratando de que no se me notara demasiado la prisa.

Tal y como el hombre me había dicho, no tardé en llegar al desvío junto al aserradero, donde giré a la derecha y me interné por un camino rural, aceptablemente asfaltado, que moría algo más allá de un viejo puente que salvaba las aguas del río. Enseguida enfilé una pista forestal que, serpenteando a través de un bosque frondoso, subía hasta el Cerro de las Ánimas, un elevado altozano desde el que, según me habían contado en el pueblo, se dominaba buena parte de la comarca, pero cuyo difícil acceso lo convertía en un lugar muy poco visitado. Justo lo que yo quería.

Oficialmente había elegido aquel remoto rincón la geografía peninsular para disfrutar de unos días de merecido descanso observando el firmamento en un cielo sin apenas contaminación lumínica, pero la triste verdad era que esa escapada rural era lo más que mi frágil economía me permitía, acosado como estaba por los recibos del alquiler y los del crédito con el que había financiado el nuevo telescopio y el resto del equipo. De la paga extra de verano y de la nómina de julio apenas quedaba ya el recuerdo, así que cuando descubrí unas semanas atrás el lugar en un foro de Internet, no lo dudé un instante: reservé una habitación en el único hostal de la localidad, cargué los trastos en el coche y me puse en camino. Un par de horas de autovía y treinta minutos de carretera comarcal me dejaron en la plaza mayor de uno de esos pequeños pueblos con encanto tan del gusto de los pijos urbanitas. El pueblo era acogedor, la gastronomía más que aceptable para lo que cobraban y los alrededores invitaban a tranquilos paseos campestres bajo la sombra de tilos, hayas y castaños, acompañado por los alegres trinos de alondras, ruiseñores y jilgueros, o los más recios graznidos de urracas y cuervos.

Pero no había ido hasta allí para practicar el senderismo sino la astronomía, así que en la tarde del segundo día, tras una minuciosa revisión del equipo y del parte meteorológico, me puse en marcha con la firme intención de pasar toda la noche disfrutando de mi afición favorita. Fue a la salida del pueblo cuando descubrí que mi GPS no daba indicación alguna respecto del Cerro de las Ánimas, así que tuve que cambiar la tecnología punta por la vieja máxima de “preguntando se llega a Roma”.

Llegué a la cima del monte con el tiempo justo para confirmar que, en efecto, el lugar ofrecía una panorámica sensacional de aquellas tierras. Hacia el poniente, las aguas de un gran pantano centelleaban en tonos dorados bajo el sol moribundo mientras las sombras comenzaban a enseñorearse de los bosques que circundaban el cerro. Al poco el día se apagó tras el horizonte y a mi espalda, por encima de las ruinas de un viejo torreón medieval, empezaron a asomarse las primeras estrellas de la constelación de Acuario.

Calculé que tenía el tiempo justo para montar el equipo y cenar algo. En efecto, para cuando terminé de poner en estación el cassegrain, de instalar la réflex sobre el telescopio y de dejar lista la webcam y el miniportátil, miles de estrellas ya parpadeaban en una noche azabache sin luna. Sobre mi cabeza, en el cenit, Vega reinaba espléndida en los cielos, con Altair y Deneb rindiéndole pleitesía a la cabeza del majestuoso cortejo de la Vía Láctea. Hacia el sureste, Júpiter brillaba con fuerza pocos grados por encima del poniente en la invisible compañía de Urano. Un vistazo rápido me confirmó la buena disposición del gigante gaseoso, pero debería esperar un par de horas antes de inmortalizarlo con mi cámara. Antes había otros objetivos en la lista.

Un bocadillo y una taza de café caliente me ayudaron a entonarme para alcanzar las primeras dianas de la velada: M13, M27, M56, M57..., realmente era una delicia observar en aquel cielo, así que enseguida me puse a realizar las primeras tomas de esos objetos. Y fue precisamente mientras enfocaba en completo silencio la nebulosa Dumbell cuando lo escuché.

La primera vez creí que se trataba del siseo del aire entre las ruinas del torreón, aunque casi de inmediato me di cuenta de que esa no podía ser la explicación, pues no había la más mínima brisa. “Será algún bichejo", pensé, encogiéndome de hombros y centrando de nuevo la atención en el ocular. Como todo buen aficionado acostumbrado a pasar largas y frías noches al raso, podría contar algunas anécdotas sobre inesperados encuentros nocturnos con los más variopintos representantes de la fauna ibérica. Sólo una vez, un par de años atrás, llegué a sentirme realmente en peligro, cuando tuve la mala fortuna de tropezarme con una jauría de perros asilvestrados en un paraje remoto. Ni que decir tiene que me metí en el coche y salí pitando. Pero allí, en el Cerro de las Ánimas, ese riesgo no existía. Estaba sólo. O al menos eso creía yo.

La segunda vez ya no tuve dudas. Era el un susurro. El susurro de una voz humana.

De una voz de mujer.

Sorprendido, pero también algo inquieto, me aparté del telescopio y me pregunté cómo era posible que no me hubiese dado cuenta de la presencia de otra persona. Estaba convencido de que allí arriba no había nadie excepto yo, pues ni siquiera había visto huellas, basuras o rodaduras. El cerro estaba bastante aislado y el único acceso era por la pista forestal, que era lo suficientemente empinada como para desanimar a cualquiera que decidiese subir andando.

¿Acaso alguien estaría tratando de gastarme una broma pesada? Dispuesto a averiguarlo, saqué la linterna de luz roja del bolsillo del chaleco y, tratando de no hacer demasiado ruido con mis pasos, me aproximé al torreón. Más allá del pálido óvalo cárdeno, los árboles, las rocas, los arbustos y la vieja atalaya se tornaban en negras, difusas y amenazantes formas cuyos perfiles se fundían con la oscuridad. Y estaba casi junto al torreón cuando me di cuenta de que aquella voz melodiosa, envolvente y embriagadora me era extrañamente familiar.

De repente, el susurro cesó.

Desconcertado, me detuve en seco, sin saber qué hacer.

Para mi pasmo, la voz volvió. Pero esta vez me habló, a mi lado. Con total nitidez y claridad.

—Javier, ven...

La impresión me dejó paralizado. Sentí cómo si una descarga eléctrica me recorriera de arriba abajo, al tiempo que mis extremidades empezaban a temblar y que un sudor frío inundaba mi cuerpo. Era absurdo negarlo: estaba asustado, y no tanto por el extraño fenómeno que estaba viviendo en sí, sino porque me pareció reconocer aquella voz.

—Javier, ven... Te estoy esperando, mi amor...

Era la voz de Laura.

Creí enloquecer y caí de rodillas al suelo. La linterna se escapó de mis manos y se apagó.

El pavor me hizo gritar con todas mis fuerzas. Aquello no podía estar ocurriendo de verdad.

—Javier, ven...

Me tapé los oídos con las manos, pero fue inútil; la voz de Laura, de mi amada y llorada Laura, estaba ahora dentro de mi cabeza, repitiendo una y otra vez su angustiosa llamada:

—Javier, ven... Te estoy esperando, mi amor...

Volví a gritar, pero no sirvió de nada. Laura, mi amor, mi primer gran amor, estaba muerta, y sólo un capricho del azar había evitado que los dos nos dejáramos la vida sobre el asfalto de una vieja carretera comarcal una noche de verano, una década atrás. Perdí a Laura y creí que con ella se iba también la luz de mi existencia. La culpa, el dolor y la desesperación me llevaron al borde mismo de la autodestrucción, y sólo con mucho esfuerzo, terapia y antidepresivos empecé a salir del oscuro abismo en el que estuve sumergido durante meses. Poco a poco empecé a reconstruir mi vida; terminé la carrera como pude, encontré un trabajo en una ciudad menos cargada de dolorosa nostalgia y me obligué a rellenar mis ratos de ocio de forma que no tuviera demasiado tiempo para recordar.

Fue así como recobré mi vieja pasión juvenil por la astronomía. No tardé en hacerme miembro de una agrupación astronómica local y en involucrarme activamente en sus actividades. De este modo, manteniendo mi mente ocupada con las infinitas maravillas del universo, mi espíritu se fue sosegando. Con el paso del tiempo, el dolor por la pérdida de Laura se tornó sólo en un triste recuerdo y, un buen día, me sorprendí a mí mismo desnudando con la mirada a una joven y agraciada compañera de afición durante una de tantas reuniones en la sede de la agrupación; poco después empezamos a compartir salidas de observación y no pasó mucho tiempo antes de que también compartiéramos el saco de dormir y los desayunos. La relación no duró mucho, pero me convenció de que mi curación era ya completa.

Pero ahora Laura había vuelto de entre los muertos para atormentarme.

Desde algún recóndito rincón del cerebro, lo poco que quedaba de mi mente racional me decía que todo aquello no podía ser más que un mal sueño, una alucinación, que los fantasmas no existían, que debía salir corriendo de allí y buscar al psiquiatra más cercano para que me recetara el atipsicótico más fuerte que conociera, aunque me quedara impotente de por vida.

“Sí”, me consolé mientras la fúnebre llamada de Laura resonaba una y otra vez en mi cabeza, “debe ser eso, nunca me curé del todo de la depresión y ahora...”

Entonces ella posó su mano sobre mi hombro.

Tembloroso, abrí los ojos y levanté la cabeza para encontrarme con su hermoso rostro. A pesar de la oscuridad reinante, Laura resplandecía y parecía tan real como yo. Las estrellas refulgían por encima de su rubia cabellera como nunca antes las había visto y una perseida cruzó los cielos para perderse hacia poniente.

Me tendió su mano.

La cogí sin dudar; era tan cálida y suave como yo la recordaba.

Abandonando todo atisbo de lógica, de duda y de miedo, me levanté, la besé y caminé a su lado sin preocuparme hacia dónde íbamos, perdido en la inmensa belleza de unos ojos esmeraldas que me invitaban a sumergirme con ella en los profundos océanos del espacio y del tiempo.

Por un instante vi mi cuerpo, ya convertido en un inútil cascarón vacío, pudriéndose abandonado en el cerro, junto al coche y a mis ahora triviales instrumentos. Observé con curiosidad a la patrulla de guardias civiles que lo encontró una semana más tarde y estuve al lado del forense mientras hurgaba en su interior, diciendo no sé qué cosas sobre un aneurisma cerebral ¡Pobre ignorante! Estuve en mi funeral y acompañé indiferente a mis familiares y amigos, deshechos por la pena y el llanto.

Pero todo eso ya no tenía importancia: el Universo se abría ante mí en todo su esplendor y quería fundirme con él. Con las estrellas, los planetas, las nebulosas, las galaxias. Con la materia y la energía. Con el todo y la nada. Con la vida y la muerte.

Con ella.

Con Laura.

FIN

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urbanita
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Mensajepor urbanita » 06 Oct 2008, 18:07

Muy bien escrito. Enhorabuena.

Un abrazo: Pepe Gómez
<a href="modules.php?name=Equipo&op=ver_equipo&usuario=urbanita"> Tengo telescopio en mi perfil.</a> Lo importante no es hacer lo que se quiera, sino querer lo que se hace (Jean Paul Sartre)

<a href="http://allyou

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Mensajepor Guest » 06 Oct 2008, 18:14

Muy bueno Hilario, no se podía esperar menos de un escritor confirmado.
Has cumplido con las premisas exigidas con locuacidad, manteniendo el interés desde el principio y original desenlace. Ya te felicité en general y ahora lo repito en particular. Continúa así, te auguro éxitos.

Aprovecho este mensaje para dirigir a los que os apetezca a mi blog, donde he colgado "Quinta Dimensión", que fue mi escrito presentado al concurso.

http://carlos-elabuelo.blogspot.com

Está ubicado en el archivo de Julio (7).

Saludos del Abuelo. :D

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Mensajepor rviper » 06 Oct 2008, 20:42

La verdad es que muy bueno el relato. ¡Me has puesto los pelos de punta!
A falta de leer el resto de todos los relatos, merecida victoria.

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maritxu
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Mensajepor maritxu » 07 Oct 2008, 06:39

Teles, ¿ podrías decirnos exactamente la ubicación de El Cerro? Es para ir allí a ver si todavía está el telescopio......... :twisted: :twisted:
Equipo:
Dos ojos
Un montón de gafas graduadas
Unos prismáticos del Lid descolimados
Una silla plegable
Una manta " emprestada" de un albergue .
El libro de Comellas

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Mensajepor Telescopio » 07 Oct 2008, 08:20

maritxu escribió:Teles, ¿ podrías decirnos exactamente la ubicación de El Cerro? Es para ir allí a ver si todavía está el telescopio......... :twisted: :twisted:


Más allá de las colinas, en un bonito lugar...

Imagen

Saludos

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maritxu
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Mensajepor maritxu » 07 Oct 2008, 09:23

rviper escribió:La verdad es que muy bueno el relato. ¡Me has puesto los pelos de punta!
A falta de leer el resto de todos los relatos, merecida victoria.


Pues a mí me los ha puesto este trozo :

un buen día, me sorprendí a mí mismo desnudando con la mirada a una joven y agraciada compañera de afición durante una de tantas reuniones en la sede de la agrupación; poco después empezamos a compartir salidas de observación y no pasó mucho tiempo antes de que también compartiéramos el saco de dormir y los desayunos

Conozco a uno que le pasó exactamente lo mismo :mrgreen:
Equipo:
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Un montón de gafas graduadas
Unos prismáticos del Lid descolimados
Una silla plegable
Una manta " emprestada" de un albergue .
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astrogades
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Mensajepor astrogades » 07 Oct 2008, 10:15

maritxu escribió:[Conozco a uno que le pasó exactamente lo mismo :mrgreen:


Si , y el pobre todavía está pagando las consecuencias..... :mrgreen:
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Mensajepor Telescopio » 07 Oct 2008, 10:46

¿Y de dónde pensáis que he sacado la inspiración? :lol: :lol: :lol:

Por lo demás, a mí me encantaba el programa "HISTORIAS" de RNE, dirigido por Juan José Plans.

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moni
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Mensajepor moni » 07 Oct 2008, 14:51

Me ha encantado el Cerro. Lagrimilla no me ha caido porque estoy en el trabajo, pero nudo en la garganta sí. :wink:

saludos
moni. :D

p.d.: Firmo por morirme así! cuando toque , claro.
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Tengo telescopio hibernando. QUÉ FRÍO!

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