Como suele suceder, pese a la planificación inicial, las circunstancias nos obligaron a retrasar la partida, de modo que -entre pitos y flautas- salimos de Caravaca, tras repostar combustible, sobre las 19 horas.
Hasta la Puebla de Don Fadrique, en Granada, la carretera está en muy buen estado. A partir de ahí, en dirección Santiago de la Espada, la carretera se va estrechando acusadamente tanto en el ascenso, como en el descenso del Puerto del Pinar (1.600 m.), con las consabidas e impresionantes curvas de los trazados de montaña, dejando siempre a la Sagra (2.400 m) a nuestra izquierda. Llegamos poco antes de las 20:30 horas a nuestro destino, tras 102 km. de recorrido: la aldea de El Cerezo, del municipio jienense de Santiago-Pontones, desde la que fuimos guiados con toda amabilidad hasta el Cortijo Nuevo, donde nos alojaríamos, por una de nuestras anfitrionas, mientras mi hija Ana quedaba en el Bar Sara (centro logístico de los alojamientos rurales) a la espera de que se nos prepararan unos bocadillos de lomo de orza de verdadero pecado, de los que daríamos buena cuenta posteriormente.
Mi hijo Pablo y yo, entretanto, descendimos los equipajes y liberamos a Cholo de su trasportín, al que se había acomodado hasta tal punto que, desconfiando de la suerte que aquellos extraños parajes le podían deparar, se resistía a salir (hemos pensado que quizá fue abandonado tras ser transportado en un coche y esa operación le traía malos recuerdos).
La casa de “El Cortijo Nuevo I”, es muy recomendable y bien equipada. Adolece de algunas cosas, pero se compensa por el marco en que se encuentra y algunos detalles únicos.
Una vez que nos acomodamos y llegó Ana con los bocadillos, dimos un paseo para situarnos y contemplar el paraje. Eran cerca de las 21 horas.
El primer problema que nos encontramos fue que (tal como ya había advertido Jesús Navas en su descripción de su estancia en un cortijo cercano al nuestro el fin de semana inmediato anterior, para participar en la celebración del VI Encuentro Astronómico de Santiago de la Espada) el Ayuntamiento ha puesto como luz pública una iluminación de leds potentísima. A mi modo de ver, desmesurada. De modo que nos decayó de golpe y porrazo nuestra primitiva intención de montar el telescopio la primera noche, antes de explorar la zona, en la misma explanada de la puerta de la casa.
Desvanecida esa opción, cenamos y dimos un paseo nocturno por la carretera en sentido Norte, impregnándose los espíritus de asombro cuando, una vez, alejados y ocultos a la abominable iluminación, pudimos observar un cielo espectacular. Mis hijos jamás habían podido contemplar un cielo tan limpio y una Vía Láctea tan nítida y completa. Yo recordé aquellos cielos de mi infancia en el campo ceheginero de Burete o en el de Los Antolinos pinatarense, cuando pasaba los veranos con mis abuelos.
Con un ambiente fresco, cansados de haber madrugado y (en el caso de Ana) trabajado por la mañana, nos fuimos a la cama con la finalidad de reponer fuerzas y prepararnos para el día siguiente.
Sin embargo, la noche fue de perros, nunca mejor dicho. Cholo, extrañado al estar en un hogar desconocido (pese a que me llevé su colchón habitual), comenzó por subirse a mi cama, en la que, en un primer momento, pareció relajarse. En estas que sentí un poco de calor y abrí las ventanas. Al poco, los ladridos lejanos de alerta de un perro no sólo lo despertaron, sino que también le puso en alerta. Y eso que es un perro que, habitualmente, no hace ni el más mínimo caso a los ladridos de los perros vecinos. Es más, él prácticamente no ha ladrado en su vida. Se pueden contar las veces con los dedos de la mano.
Serían las 3:30 de la madrugada. A partir de ahí, fue de habitación en habitación y de cama en cama golpeando con sus patitas o subiéndose a ellas para meter su hocico bajo nuestros cuerpos para tratar de que nos levantásemos. El barruntaba un riesgo que le avisaba un colega y no comprendía que pudiésemos nosotros estar durmiendo tan plácidamente. Así que nos despertó y nos impidió volver a conciliar el sueño con continuidad hasta el punto de que Pablo pensó que necesitaba salir a hacer alguna de sus necesidades fisiológicas y cerca del amanecer le dio un paseo, limitándose a hacer una leve meadica, porque ese no era el motivo de su zascandileo nocturno.
Así que sobre las 8 de la mañana, fuimos levantándonos para tomar una ducha y un reconfortante café. Pero eso ya era otro día. (Continuará…).
![Imagen](https://i.ibb.co/z5wzh3v/EL-CEREZO.jpg)