Astrónomos Ilustres

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Mensajepor franc » 07 May 2008, 20:43

La conocía Xoelopez, es una de las páginas que consulté cuando hice la recopìlación.


Un saludo
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Mensajepor franc » 13 May 2008, 13:09

Hiparco de Nicea


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(?, h. 127 a.C.-Rodas, actual Grecia, ?) Astrónomo y geógrafo griego. Llevó a cabo sus observaciones en Rodas, donde construyó un observatorio, y en Alejandría. El año 127 a.C. es citado habitualmente como la última fecha conocida de sus trabajos; sin embargo, el astrónomo francés Jean Delambre (1749-1822) demostró que algunas de las observaciones de Hiparco sobre la estrella Eta Canis Majoris tuvieron que ser realizadas en una fecha posterior.

Ninguno de sus estudios ha llegado hasta nuestros días, pero tenemos noticia de ellos gracias a los escritos de Estrabón y de Tolomeo. En el 134 a.C. observó una nueva estrella en la constelación de Escorpión; estimulado por el descubrimiento, elaboró un catálogo de alrededor de 850 estrellas, clasificadas según su luminosidad de acuerdo con un sistema de seis magnitudes de brillo, similar a los actuales.

Comparó la posición de las estrellas de su tiempo con los resultados obtenidos siglo y medio antes por Timocharis, y calculó que la diferencia era mayor de lo que cabría esperar de posibles errores en la medición (concretamente, de 45 segundos de arco en un año, valor muy próximo a los 50,27 segundos aceptados actualmente), y dedujo que tal diferencia no era debida al movimiento de las estrellas, sino al movimiento o precesión de este a oeste del punto equinoccial (es decir, el punto de intersección de la eclíptica con el ecuador celeste). Precisó el período del año solar en 365 días y 6 horas.

Se sabe poco acerca de los instrumentos que utilizaba para sus observaciones, aunque Tolomeo le atribuye la invención de un teodolito que mejoró la medición de los ángulos. En el campo de la geografía destacan sus trabajos sobre trigonometría esférica, gracias a los cuales le fue posible precisar la localización de puntos en la superficie terrestre por medio de su latitud y longitud.

Igual que sucede con la mayor parte de los científicos del periodo helenístico, se sabe muy poco de la vida de Hiparco: tan sólo que nació en Nicea de Bitinia hacia el año 180 a.n.e. y que realizó la mayor parte de sus observaciones astronómicas en Rodas, donde fundó un observatorio, y en Alejandría, entre los años 161 y 127 a.n.e. (por eso, también se le conoce como Hiparco de Rodas o de Bitinia). De sus trabajos, según numerosas fuentes secundarias, sólo nos ha llegado el Comentario a Arato y Eudoxo. Dicho comentario consta de tres libros, comentando tres escritos distintos: un tratado perdido de Eudoxo en el que describía y daba nombre a diversas constelaciones, el poema astronómico Los fenómenos de Arato del s –III y que se basaba, al parecer, en otro escrito de Eudoxo y, por último, el comentario que Atalo de Rodas escribió, poco antes de la época de Hiparco, sobre el poema de Arato. Dados estos datos y los que aparecen en el Almagesto, la principal fuente escrita de información sobre él, su relevancia para la historia de la astronomía resulta muy difícil de evaluar: mientras unos historiadores han minimizado la importancia de su obra a favor de las de Apolonio o Ptolomeo, otros le atribuyen la mayor parte del Almagesto de este último autor. Ninguna de estas dos opiniones contradictorias pueden ser consideradas exactas. Lo que sí se sabe con seguridad es que, en su época, Hiparco era una autoridad, el mayor astrónomo.

Una de las características de las ciencias del periodo alejandrino, la supremacía de la observación, encuentra su representación más destacada en este autor, lo que queda patente en la cantidad de observaciones astronómicas que llevó a cabo durante su vida, a la vez que utilizó muchas de las realizadas por sus predecesores – griegos y también babilonios - y las contrastó con las propias. Además, inventó o perfeccionó diversos aparatos que le permitieron ser más exacto y preciso en sus observaciones y mediciones. Así, por ejemplo, inventó una dioptra especial que le sirvió para medir las variaciones del diámetro aparente del Sol y la Luna, a la vez que perfeccionó la dioptra común, que se utilizaba para medir la altura de los astros o sus separaciones angulares.

Hiparco fue fiel a los principios del pensamiento helenístico sentados por los pitagóricos y Platón, por lo que se vio en la necesidad de compaginar dos aspectos: el respeto absoluto por los hechos y la exigencia de dar cuenta de ellos mediante movimientos circulares y uniformes. Para Hiparco, como para todos los astrónomos y matemáticos de la época, fieles al pensamiento platónico, el mundo de los astros, divino y eterno, está gobernado por leyes racionales y el único movimiento racional y perfecto era el movimiento circular uniforme. La tarea del astrónomo era demostrar que los fenómenos celestes siguen ese movimiento. Por lo tanto, hay que poner orden en este mundo en apariencia tan caótico, aplicando procedimientos de construcción geométrica tales como las excéntricas, pero sin olvidar que hay que observar las peculiaridades del camino que siguen cada no de los astros de la forma más precisa posible. Sólo después de una observación precisa es posible proponer un sistema geométrico que dé cuenta de los fenómenos del mundo, en concreto de los movimientos del Sol y la Luna.

Esa fue la tarea que se propuso Hiparco. Gracias a las muchas observaciones realizadas formuló dos teorías (o modelos) que explicaban el movimiento del Sol, la teoría de la excéntrica y la del epiciclo. Se había comprobado que el Sol, en su movimiento anual aparente, aparece de mayor tamaño y, por tanto, parece estar más cerca de la Tierra en invierno que en verano. Si se hace que la Tierra no esté exactamente en el centro de la órbita que supuestamente recorre el Sol alrededor de ella con un movimiento circular uniforme, éste se movería según una trayectoria excéntrica a la Tierra y la distancia entre ellos variaría según el tiempo.

En el caso de la teoría del epiciclo, el Sol, S, está dotado de dos movimientos uniformes de rotación, simultáneos: un movimiento circular de S de un punto D (en el espacio) de radio DS y un movimiento de rotación de radio DT alrededor del punto T, que es la posición de la Tierra. Al círculo pequeño se le denomina epiciclo y al grande deferente. Gracias a sus numerosas observaciones, Hiparco determinó la duración de las estaciones, es decir, de los intervalos en que está dividido el año, por los solsticios y los equinoccios. Además, construyó una tabla que daba la posición del Sol en cada día del año, durante 600 años.

El movimiento de la Luna resultaba más complicado, por lo que se requirió un modelo más complejo. En primer lugar, Hiparco se dio cuenta de que era muy importante determinar el tiempo que tarda la Luna en llegar a la misma posición con respecto al Sol (periodo al que se denomina mes sinódico), con respecto a las estrellas (mes sideral) y del apogeo - esto es, el punto en que la Luna está más alejado de la Tierra - y el perigeo - punto en que la Luna está más cerca de la Tierra - (denominado mes anómalo). Gracias a los cálculos realizados por los babilonios y a antiguas observaciones de eclipses lunares, consiguió unas estimaciones muy notables: por ejemplo, consideró que el mes sinódico medio constaba de 29 días, 12 horas, 44 minutos y 2,5 segundos, algo menos de un segundo del valor actual estimado. Sin embargo, resultaba muy complicado representar esos movimientos. Para ello, Hiparco utilizó los modelos de excéntrica móvil y de epiciclo, llegando a resultados diferentes y que no estaban completamente de acuerdo con las observaciones. Por otro lado, estudió el movimiento de la Luna y sus tres periodos diferentes (mes sinódico o tiempo transcurrido entre dos lunas llenas consecutivas; mes sidéreo, esto es el tiempo que tarda la Luna en volver al mismo punto con respecto a una(s) estrella(s) fija(s): y el mes anómalo, o tiempo que debe transcurrir para que la Luna alcance su máxima velocidad). Eso le llevó a calcular, mediante técnicas matemáticas y observacionales, el tamaño de la Luna y la distancia a la que se encuentra de la Tierra: entre 59 y 67 radios terrestres, medida más precisa que la ofrecida por Ptoleomeo, y que conocemos por los detalles que éste da en su Sintaxis Matemática a partir de un tratado perdido de Hiparco, titulado Sobre los tamaños y distancias.

Por lo que se refiere a los planetas, Hiparco se limitó a señalar que los resultados obtenidos por sus predecesores eran insuficientes y llevó a cabo nuevas observaciones para determinar, de manera más exacta, cuanto tiempo tardaban en describir una órbita completa alrededor de la Tierra. Pero, quizás debido a que creía que los datos de que disponía no eran suficientes, no construyó ningún sistema de excéntricas o epiciclos que dieran cuenta del movimiento de dichos astros.

Probablemente, mientras se encontraba trabajando en su teoría del Sol y determinando la duración del año, Hiparco llevó a cabo su descubrimiento más bonito y, tal vez, uno de los más importantes por lo que se refiere a la astronomía del periodo helenístico, la precesión de los equinoccios, que se debe al lento cambio de dirección del eje de rotación de la Tierra. En efecto, descubrió que, en su movimiento anual, el Sol tarda un poco más en volver al mismo punto del zodíaco (lo que se considera el año sideral), que en volver al ecuador de una primavera a la siguiente (año solar). Hiparco explicó correctamente este fenómeno, diciendo que se debía a un desplazamiento anual de los puntos equinocciales, esto es, los puntos en los que la eclíptica y el ecuador intersecan. La estimó en 46’’ (frente a los 50,26’’ en que se calcula en la actualidad).

El descubrimiento de la precesión de los equinoccios está en estrecha relación con una de las mayores empresas de Hiparco, la construcción de un Catálogo de las estrellas, en el que constaban más de 800 y que, al parecer, estaban elegidas de tal manera que posteriormente se pudiera verificar si estaban fijas.

No resulta extraño que Hiparco sea considerado uno de los grandes astrónomos de la antigüedad. Tampoco, que tuvieran que pasar varios siglos para que alguien llevara a término la tarea que comenzó. En los años posteriores, no hubo progresos notables en astronomía y fue Ptolomeo, en el s. II, quien continuó su obra, convirtiéndose en su discípulo indiscutible, a pesar de los siglos que los separan.

Pero Hiparco no sólo hizo contribuciones importantes a la astronomía. También efectuó aportaciones fundamentales a la matemática, en concreto a la trigonometría: elaboró una tabla de cuerdas, un ejemplo primitivo de tabla trigonométrica, que pretendía ser un método para resolver triángulos e introdujo en Grecia la división del círculo en 360 grados.



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Mensajepor franc » 19 May 2008, 13:16

Claudio Ptolomeo



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(Caludio Ptolomeo; Siglo II) Astrónomo, matemático y geógrafo griego. Es muy poca la información sobre la vida de Tolomeo que ha llegado hasta nuestro tiempo. No se sabe con exactitud dónde nació, aunque se supone que fue en Egipto, ni tampoco dónde falleció.

Su actividad se enmarca entre las fechas de su primera observación, cuya realización asignó al undécimo año del reinado de Adriano (127 d.C.), y de la última, fechada en el 141 d.C. En su catálogo de estrellas, adoptó el primer año del reinado de Antonino Pío (138 a.C.) como fecha de referencia para las coordenadas.

Tolomeo fue el último gran representante de la astronomía griega y, según la tradición, desarrolló su actividad de observador en el templo de Serapis en Canopus, cerca de Alejandría. Su obra principal y más famosa, que influyó en la astronomía árabe y europea hasta el Renacimiento, es la Sintaxis matemática, en trece volúmenes, que en griego fue calificada de grande o extensa (megalé) para distinguirla de otra colección de textos astronómicos debidos a diversos autores.

La admiración inspirada por la obra de Tolomeo introdujo la costumbre de referirse a ella utilizando el término griego megisté (la grandísima, la máxima); el califa al-Mamun la hizo traducir al árabe en el año 827, y del nombre de al-Magisti que tomó dicha traducción procede el título de Almagesto adoptado generalmente en el Occidente medieval a partir de la primera traducción de la versión árabe, realizada en Toledo en 1175.

Utilizando los datos recogidos por sus predecesores, especialmente por Hiparco, Tolomeo construyó un sistema del mundo que representaba con un grado de precisión satisfactoria los movimientos aparentes del Sol, la Luna y los cinco planetas entonces conocidos, mediante recursos geométricos y calculísticos de considerable complejidad; se trata de un sistema geocéntrico según el cual la Tierra se encuentra inmóvil en el centro del universo, mientras que en torno a ella giran, en orden creciente de distancia, la Luna, Mercurio, Venus, el Sol, Marte, Júpiter y Saturno.

Con todo, la Tierra ocupa una posición ligeramente excéntrica respecto del centro de las circunferencias sobre las que se mueven los demás cuerpos celestes, llamadas círculos deferentes. Además, únicamente el Sol recorre su deferente con movimiento uniforme, mientras que la Luna y los planetas se mueven sobre otro círculo, llamado epiciclo, cuyo centro gira sobre el deferente y permite explicar las irregularidades observadas en el movimiento de dichos cuerpos.

El sistema de Tolomeo proporcionó una interpretación cinemática de los movimientos planetarios que encajó bien con los principios de la cosmología aristotélica, y se mantuvo como único modelo del mundo hasta el Renacimiento, aun cuando la mayor precisión alcanzada en las observaciones astronómicas a finales del período medieval hizo necesaria la introducción de decenas de nuevos epiciclos, con lo cual resultó un sistema excesivamente complicado y farragoso.

Como geógrafo, ejerció también gran influencia sobre la posteridad hasta la época de los grandes descubrimientos geográficos. En su Geografía, obra en ocho volúmenes que completó la elaborada poco antes por Marino de Tiro, se recopilan las técnicas matemáticas para el trazado de mapas precisos mediante distintos sistemas de proyección, y recoge una extensa colección de coordenadas geográficas correspondientes a los distintos lugares del mundo entonces conocido. Tolomeo adoptó la estimación hecha por Posidonio de la circunferencia de la Tierra, inferior al valor real, y exageró la extensión del contiente euroasiático en dirección este-oeste, circunstancia que alentó a Colón a emprender su viaje del descubrimiento.

Entre las demás obras de Tolomeo figura la Óptica, en cinco volúmenes, que versa sobre la teoría de los espejos y sobre la reflexión y la refracción de la luz, fenómenos de los que tuvo en consideración sus consecuencias sobre las observaciones astronómicas. Se le atribuye también la autoría de un tratado de astrología, el Tetrabiblos, que presenta las características de otros escritos suyos y que le valió buena parte de la fama de que gozó en la Edad Media.

"Bien sé que soy mortal, una criatura de un día.
Pero mi mente sigue los serpenteantes caminos de las estrellas
Entonces mis pies ya no pisan la tierra, sino que al lado de
Zeus mismo me lleno con ambrosía, el divino manjar"


(Claudio Ptolomeo)



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Mensajepor franc » 27 May 2008, 13:11

Guillermo de Ockham



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(O de Ockham) Pensador inglés, fundador de la escuela nominalista (Ockham, Surrey, h. 1285 - Múnich, Baviera, 1349). Este fraile franciscano estudió en la Universidad de Oxford, en la que empezó a enseñar como bachiller desde 1317; el carácter innovador de sus enseñanzas hizo que nunca se le diera el grado de doctor (razón por la que se le conoce como el venerable principiante) y que entrara en conflicto con la Iglesia.

El papa Juan XXII le hizo comparecer en su corte de Aviñón en 1324 y condenó como heréticas muchas de sus doctrinas, incluida su defensa de la pobreza como exponente del espiritualismo franciscano; fray Guillermo reaccionó huyendo en compañía del general de la orden y poniéndose bajo la protección del emperador Luis de Baviera en Pisa y luego en Múnich, lo que le costó la excomunión (1328). Hasta poco antes de su muerte mantuvo la polémica con los papas sucesivos (Benedicto XII y Clemente VI).

La filosofía nominalista parte de la crítica al racionalismo y a los conceptos universales: todo conocimiento está basado en la lógica, operando sobre la percepción sensorial de objetos individuales concretos; y no deben multiplicarse inútilmente los entes creando conceptos abstractos que no procedan de la experiencia (esta economía de objetos es la que luego se conoció como la navaja de Occam).

Su teoría inductiva del conocimiento, cercana al empirismo, le llevó a una visión contingente del mundo, en la que abrió amplios espacios para la libertad. De ella resultaba el carácter meramente probable de las afirmaciones científicas y la imposibilidad de una demostración rigurosa de la ley moral e incluso de la existencia de Dios. De manera que su concepción teológica se fundamentaba en la fe en un Dios omnipotente inasequible por la razón (dando comienzo con ella la separación entre Teología y Filosofía).

Más inaceptables aún para el Papado fueron sus propuestas de separación entre la Iglesia y los poderes temporales (ideas que ya habían provocado años antes la excomunión del emperador); con ellas se inició la evolución hacia un Estado laico separado de la Iglesia. Guillermo refutó la supuesta infalibilidad de los papas y defendió que el poder de éstos debía estar limitado por el derecho natural y por la libertad de los cristianos.

Ockham, filósofo y teólogo franciscano inglés, máximo representante de un radical nominalismo, nace al Sur de Londres, en una localidad llamada Ockham, tal vez en 1280, aunque otros opinan que entre 1295 y 1300. La fecha de su muerte también es incierta; posiblemente acaece hacia 1349, a partir de cuya fecha ya no se sabe nada de él, ó 1350. Se le suele llamar Venerabilis Inceptor, apodo tal vez debido o bien a que solamente tuvo el título de bachiller o bien a que, reuniendo los requisitos para el magisterio, nunca lo ejerció, posiblemente por lo discutido de sus doctrinas. En cuanto a estudios, siguió los normales de su época, quedando la duda de quiénes fueran sus maestros efectivos; probablemente pueda contarse entre ellos a Duns Escoto. En Oxford manifestó una peculiar personalidad, que le atrajo los primeros intentos de condena como herético por el canciller de la Universidad oxoniense, J. Lutterrell. Éste, no cejando en su esfuerzo por condenar a Ockham, acudió a Aviñón, al papa Juan XXII, en 1323. Al año siguiente, es llamado Ockham a la corte pontificia y se nombra un tribunal que habría de juzgar la ortodoxia o heterodoxia de su pensamiento.

Después de tres años de deliberaciones, la sentencia del Papa es tan benévola que no satisface a Lutterrell, el cual insiste de nuevo con mayor dureza y con procedimientos tal vez no muy claros. Pero en esas fechas, surge un nuevo problema que hace pasar a segundo plano el caso concreto de las doctrinas de Ockham; se trata de un problema interno de la Orden franciscana. Dentro de ella había surgido una corriente renovadora, llamada «espiritual», partidaria de la no posesión de bienes materiales tanto en privado como en comunidad. El movimiento estaba encabezado por el mismo General de la Orden, Miguel de Cesena, al que se adhirieron otros dos franciscanos: Bonagracia y el propio Ockham. Desde el exterior, el emperador Luis IV de Baviera les defiende, frente al papa Juan XXII, y luego junto al antipapa Nicolás V, los cuales consideraban necesarios los bienes materiales y aportaciones económicas de la Orden franciscana. Todo ello hace que en 1326 huyan de Aviñón Cesena (llevándose el sello de la Orden), Bonagracia y Ockham, más otro franciscano que se les une a última hora, poniéndose al amparo de Luis de Baviera. La reacción de Juan XXII no se hizo esperar: excomulgó a los cuatro «espirituales» y destituyó de su cargo de General a Cesena, el cual, no obstante, siguió con el sello de la Orden franciscana en su poder. Esta época de estancia en Munich es de suma importancia para la vida de Ockham: pasa de escritor teórico de filosofía y teología a polemista; de su pluma salen numerosos escritos políticos en que ataca abiertamente al Papa y analiza los poderes civil y papal. Es un conjunto de obras en las que se encuentran cuestiones importantes para la Historia de las ideas políticas. Pero las circunstancias cambian poco a poco: Luis de Baviera es destituido en 1346 y muere al año siguiente. Igualmente mueren los tres compañeros de Ockham, con lo cual queda éste con el sello de la Orden, y como vicario de la Orden franciscana sediciosa. En 1348, Ockham entrega el sello y pide una reconciliación. El papa Clemente VI perdona a Ockham y le exige la firma de una serie de retractaciones. A partir de este momento, nada más se sabe de la vida de Ockham; se ignora si las llegó a firmar e incluso dónde y cuándo murió.

En medio de esta vida azarosa la obra de Ockham es bastante extensa, pudiéndose distinguir en ella dos grupos: el de las obras puramente especulativas en las que, por este orden, tienen mayor importancia las de Lógica, Filosofía de la Naturaleza y Teología. El otro grupo es el de las obras polémicas a que antes se ha hecho referencia. Dentro de las primeras, pueden destacarse: diversos comentarios a Aristóteles, a Porfirio y a Pedro Lombardo. Aparte escribió diversas obras originales, dentro del primer grupo: Summa totius logicae, Compendium logicae, unos Quodlibetos, De Sacramento altaris, un tratado sobre la predestinación y presciencia divina, y una serie de Quaestiones; intermedios entre los meros comentarios y las obras personales son dos libros dedicados a la Física. Dentro del grupo segundo, se pueden destacar dos obras en defensa de su propia postura dentro de la Orden franciscana, más otras muchas en que se debate el problema de la potestad papal y civil, del Emperador y del Romano Pontífice, de los errores y herejías atribuidas por Ockham al papa Juan XXII y a Benedicto XII, y de la defensa del propio Emperador. Hay que añadir una serie de libros perdidos y otros calificados como apócrifos.


Abbagnano, en su Historia de la Filosofía, dice de Guillermo de Ockham que «es la última gran figura de la escolástica y al mismo tiempo la primera figura de la modernidad». Es un pensador bisagra de dos culturas limítrofes en el tiempo, pero muy distantes en sus intenciones y propósitos. De ahí que resulte un personaje muy discutido y sea valorado con criterios opuestos.

El tiempo que separa a Ockham de Escoto, al que trata de corregir, es mínimo; sin embargo, el contexto histórico y los desafíos culturales son muy diversos. El final del ideal teocrático que acontece con la muerte de Bonifacio VIII (1303), el drama del cautiverio de Aviñón (1309-1377), el derrumbamiento del ideal imperial con la muerte de Enrique VII (1313) y el comienzo de la Guerra de los Cien Años (1337-1453), que debilitaba la unidad cristiana de la conciencia europea, eran circunstancias históricas que incidieron inevitablemente sobre la reflexión filosófico-teológico-política. Ockham ya no se mueve ni conmueve por llegar a las grandiosas síntesis de Alberto Magno, Tomás de Aquino, Buenaventura y Escoto. No le interesa tanto unir cuanto dar posible respuesta concreta a las realidades separadas y conflictivas de la cultura, de la Iglesia y de la política. Ockham tiene un fuerte sentido de lo concreto y de la libertad de las personas y de las complejas entidades sociales. Quiere liberar a la Iglesia del absolutismo en el poder político. Vive, siente y piensa en el contexto existencial de la separación real entre fe y razón, filosofía y teología, teología y política, Iglesia e Imperio.


VIDA DE OCKHAM

Guillermo de Occam u Ockham nació en el pueblo inglés de Ockham, en el condado de Surrey, cerca de Londres. Es posible que se llamara Guillermo Ockham, y que su apellido, pues, coincidiera simplemente con el nombre del lugar en donde nació. Su fecha de nacimiento no es conocida, pero se piensa sea hacia 1280, según Boehmer. En 1306 fue ordenado subdiácono y por entonces ya había entrado en la Orden franciscana. Estudió en Oxford. Entre 1315 y 1317 parece ser que tuvo un curso de Biblia, y entre 1317 y 1319 otro sobre las Sentencias. Los años 1319-1324 los dedicó al estudio y a la composición de escritos filosófico-teológicos. En 1324 se trasladó al convento franciscano de Aviñón, en cuya ciudad residía el papa Juan XXII, quien le llamó para que respondiese a las acusaciones de herejía que le había hecho el ex canciller de la Universidad de Oxford, Juan Lutterell, quien había mandado al Papa una lista de 56 proposiciones sacadas de una interpretación de Occam del libro de las Sentencias. Juan XXII nombró una comisión (Lutterell, Raimundo Bequini, Durando de San Porciano, Domingo Grima, el obispo de Belluno-Feltre y Juan Paynhota) que debía examinar las proposiciones sospechosas y valorar su ortodoxia. Después de tres años, la comisión presentó dos informes, y en el último se declaran 7 artículos explícitamente heréticos, 37 falsos, 4 ambiguos o audaces y 3 no son censurados. Pero el proceso no llegó a ningún efecto porque durante aquel tiempo Ockham huyó de Aviñón.

En 1327, el general de la Orden, Miguel de Cesena, llegó a Aviñón a requerimientos de Juan XXII para que respondiera de sus ataques contra las normas papales sobre la pobreza evangélica. Cesena pidió la colaboración de Ockham; y en 1328 el general de la Orden se fugó de Aviñón, llevándose consigo a Ockham, a Francisco de Ascoli y a Buenagracia de Bérgamo, que fueron a Pisa para encontrarse con el emperador Luis el Bávaro, quien los llevó a Munich. Ello les acarreó la excomunión papal. Fue entonces cuando Ockham participó abiertamente en la lucha entre el Papa y el emperador, fijando su residencia en Munich. Según una leyenda, Ockham habría dicho a Luis el Bávaro: «O imperator, defende me gladio, et ego defendam te verbo» ("Oh emperador, defiéndeme con la espada, y yo te defenderé con la palabra"). Mientras algunas polémicas de Ockham contra Juan XXII, Benedicto XII y Clemente VI se referían a cuestiones teológicas, el punto nuclear de la confrontación era, sin duda, el problema de las relaciones entre el poder eclesiástico y el poder temporal. Ockham murió en dicha ciudad alemana en 1349, parece ser que víctima de la peste. Ha pasado a la historia con el título de Venerabilis inceptor. Inceptor (iniciador), porque no enseñó ni como doctor ni como profesor; y Venerabilis en cuanto fundador del nominalismo. Sus contemporáneos le llamaban Doctor invincibilis.


OBRAS Y EDICIONES

La obra primera y fundamental de Ockham es el Comentario a las Sentencias, siendo el primer libro mucho más amplio que los demás; siete libros de Quodlibetos; una Suma de toda la lógica; Exposición de Porfirio y de los Libros de los predicamentos de Aristóteles; Exposición sobre los libros elenchorum de Aristóteles; Exposición sobre los libros de Física de Aristóteles. Los Comentarios a algunos escritos lógicos del Organon de Aristóteles se conocen con el título de Expositio Aurea.

En Munich escribió las siguientes obras: Opus Nonaginta dierum, el Dialogus, la Epistola ad fratres minores, el De dogmatibus papae Johannis XXII, el Tractatus contra Johannem XXII y el Tractatus contra Benedictum XII, el Compendium errorum papae Johannis XXII, las Allegationes de potestate imperiali, el Breviloguium de potestate papae, el Compendium logicae, el Elementarium logicae, la Consultatio de causa matrimoniali y el De imperatorum et pontificum potestate.



POBREZA EVANGÉLICA Y PROPIEDAD PRIVADA

Durante la estancia tumultuosa en Aviñón, Ockham se encontró con Miguel de Cesena, que había sido depuesto como general de la Orden por Juan XXII, y con Bonagracia de Bérgamo, docto fraile y procurador general de la Orden, que pasó un año en las cárceles pontificias por cuestiones de pobreza franciscana. Cesena encargó a Ockham que estudiara, analizara y comentara algunos escritos de Juan XXII sobre la pobreza: las constituciones Ad conditorem canonum (1322), Cum inter nonnullos (1323) y Quia quorundam mentes (1324), pero principalmente la bula Quia vir reprobus (1330), escrita contra el mismo Miguel de Cesena y contra los franciscanos que habían criticado las declaraciones del Papa.

Como resultado de todo esto, Ockham escribió el Opus nonaginta dierum (entre 1333 y 1334), que no es un panfleto de un intelectual amargado y escrito desde la interesada emotividad, sino una reflexión teológica nacida en el conflicto y elaborada por quien está implicado en la cuestión, y en donde las acusaciones se hacen recíprocas. Como teólogo, acusa al Papa de errores y de herejías; como filósofo, ofrece su visión y solución al problema de la propiedad privada y al tema de la pobreza evangélica. Guillermo de Ockham analizó y criticó la tesis de Juan XXII que condenaba la doctrina de los franciscanos, según la cual la Orden sólo tiene el uso de los bienes y no su propiedad. Defiende la tesis de los franciscanos con argumentos teológicos, jurídicos y principalmente bíblicos. En el Evangelio se ve claramente que Cristo, dirigiéndose «a todos aquellos que quieren lograr la perfección, aconsejó abandonar todo dominio y propiedad, tanto individual como común. De hecho, el que vende todo y se lo da a los pobres, renuncia a toda propiedad tanto en particular como en común». Guillermo distingue claramente entre el derecho de usar algo y la propiedad sobre ello. Para el pensador inglés, el uso lícito no requiere la propiedad de la cosa, sino el permiso de usarla dado por el propietario. Por tanto, los franciscanos que usan cosas, con el permiso de los bienhechores, no adquieren ningún derecho sobre las cosas usadas ni pueden reivindicarlas en los tribunales. Poseer una cosa significa para Ockham poder disponer de ella libremente y poderla reivindicar jurídicamente en los tribunales.

Para Ockham, tanto el poder poseer como el poder renunciar a la legítima posesión son derechos naturales y fundamentales del hombre, como ser singular y como ser comunitario. El derecho a la propiedad privada es un derecho natural e inviolable. Dios ha otorgado al hombre el poder disponer de los bienes creados según los dictámenes de la recta razón. El Estado no puede quitar a los hombres este derecho natural de la propiedad privada, aunque sí le compete regular el ejercicio de tal propiedad. Guillermo habla del derecho de poseer como un poder legítimo que está conforme a la recta razón. Este derecho de poseer puede provenir o de la misma ley natural o por derechos naturales adquiridos según una convención social admitida. El hombre, por ley natural, tiene derecho a la propiedad privada. Pero puede renunciar a ella libremente por una causa justa y racional, no por violencia o engaño.

Juan XXII decía que la distinción entre el simple uso de las cosas y el derecho de usarlas era falsa. Por tanto, el derecho de usar algo implica tener derecho sobre ello. Era ilógico pretender que la Santa Sede tuviera todo el derecho sobre las cosas que usaban los franciscanos sin que éstos no tuvieran algún derecho sobre las mismas. Los franciscanos respondían que era posible renunciar al derecho de poseer y al mismo tiempo usar legítimamente de aquello a lo que libremente se ha renunciado. Para ello, Ockham distingue claramente entre el uso de derecho (usus iuris) y el uso de hecho (usus facti). Los franciscanos, renunciando al usus iuris, sólo pueden disponer legítimamente del usus facti, del uso simple de las cosas temporales, pues son simples usuarios, mientras que la Santa Sede tiene el dominio radical o el usus iuris. La cuestión sobre el tema de la pobreza aclara dos cosas fundamentales: a) filosófica y teológicamente la propiedad privada es de derecho natural; b) que el hombre puede renunciar voluntariamente y tal renuncia puede incluir incluso el mismo derecho de uso.

CONCLUSIÓN

Ockham no fue un pensador desconectado de la tradición ni tampoco fue una inteligencia errática. Sabía de dónde provenía y hacia dónde quería ir. Poseía un gran conocimiento de las obras de los grandes escolásticos y del mismo Aristóteles, pero fue un filósofo original, independiente y audaz. No fue demoledor ni destructor de la escolástica, como frecuentemente se le presenta, sino que le tocó vivir el último tramo de la escolástica, y con mente lúcida y ojo avizor se percató de que los planteamientos filosófico-teológicos anteriores ya no valían como solución adecuada a los nuevos desafíos culturales, sociales y políticos. Y así emprendió un nuevo camino, no con voluntad demoledora, sino con voluntad constructiva para ofrecer una respuesta cultural que él creía más acertada y más válida para los hombres de su tiempo.

A Ockham hay que mirarle como fue: un filósofo-teólogo cristiano y un franciscano, no un escéptico ni empirista radical a lo moderno. La tesis de los que quieren ver en Ockham los gérmenes de las futuras corrientes escépticas van siendo totalmente superados cuando se estudia en su conjunto toda la obra ockhamista. Acertadamente ha escrito P. Vignaux a este respecto: «Vista de esta manera (en su contexto total) (la obra de Ockham) no implica el escepticismo que se ha creído encontrar en ella».

Ockham ha estado muy presente en el pensamiento no sólo moderno, sino también contemporáneo. «El maestro de nuestros profesores, el genial Occam», lo define Ortega y Gasset (En torno a Galileo). Se podrá discutir sobre el modo de la presencia de Ockham en la modernidad, pero difícilmente se podrá negar el hecho. En tono comedido y razonable dice De Andrés: «Si no puede hablarse de una influencia directa de Ockham sobre la filosofía contemporánea, sí que es preciso, en cambio, constatar al menos la sintonía entre la reacción ockhamista frente al abstractismo del siglo XIII, con su decidida orientación hacia una ontología del singular concreto, y lo que la filosofía de nuestro tiempo representa de reacción frente a ese otro abstractismo del siglo XVIII y XIX, que es el Racionalismo y el Idealismo Alemán». Ockham siempre recordará al filósofo la propia vocación hacia el singular, el peligro de abstracciones inútiles y la necesidad de salvaguardar la libertad humana ante filisteos del pensamiento y de la acción.


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Mensajepor franc » 04 Jun 2008, 12:20

Cristobal Colón



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Pocas figuras históricas han sido tan controvertidas y ofrecido tantos rasgos ambiguos como la del navegante que llamamos Cristóbal Colón, pese a que no nació con ese nombre. Es reconocido como el «descubridor de América», aunque él nunca lo supo y, desde un punto de vista estricto, no lo haya sido cabalmente. Su verdadera identidad, su lugar de nacimiento, su origen nobiliario o plebeyo, sus estudios o ignorancias, sus aventuras de juventud, sus ambiciones o mezquindades, sus conocimientos ciertos o delirios afortunados, se han prestado a numerosas disquisiciones y debates entre biógrafos e historiadores.

En lo que hace a su persona, los trabajos reunidos en la Raccolta Colombiana (Italia 1892-1896), el Documento Aseretto (hallado unos años después), las investigaciones de los eruditos españoles Muñoz y Fernández Navarrete y el más reciente Diplomatorio Colombino dan cuenta definitivamente de su origen genovés y humilde y permiten reconstruir sin mayores dudas ni lagunas los avatares de su agitada e intensa biografía. Respecto a la importancia de su hazaña cabe señalar que fue sorprendente en lo geográfico y oportuna en lo político, pero no tan novedosa en lo científico como se suele afirmar. La ciencia de fines del siglo XV ya aceptaba que la Tierra era un globo esférico, sabía que teóricamente se podía llegar a las antípodas navegando hacia el oeste, conocía la existencia de islas y tierras septentrionales exploradas por vikingos y daneses, y suponía que quien intentara arribar a las Indias por el poniente podía tropezar en su camino con alguna «terra incógnita».

Desde la Edad Media existían especulaciones y leyendas sobre los límites del Mar Tenebroso. El irlandés san Barandrán habló ya de un gran continente y de «una inmensa isla con siete ciudades», e historias parecidas se registran en las tradiciones gaélicas, celtas e islandesas, mientras que los árabes peninsulares mencionan la expedición de los magrurinos que zarparon de Lisboa y «después de navegar once días en dirección al oeste y veinticuatro días hacia el sur» llegaron a unas tierras donde pastaban ovejas de carne amarga.

Ya en siglo XIV, el veneciano Niccolò Zeno dibujó un mapa en el que se definían claramente Groenlandia y las costas de Terranova y Nueva Escocia. Y unos años antes el cardenal Pierre d'Ailly, en su obra Imago Mundi, desarrolló con toda amplitud la idea de llegar a los dominios del Gran Kan (descritos por Marco Polo) tras una travesía relativamente breve hacia el oeste. El propio Colón estaba absolutamente convencido de que hallaría tierra firme «unas setecientas leguas más allá de las Canarias».

El proyecto no era nuevo, sino incluso popular, entre cartógrafos y navegantes como posible alternativa a la larga ruta de las especias; tanto, que uno de los mayores temores de Colón era que otro se le adelantara en cruzar el Atlántico. Pero lo que ni él ni los sabios o los marinos de ese tiempo podían imaginar era la inmensa extensión de la «terra incógnita» ni la inesperada vastedad del Pacífico. Ése fue el verdadero descubrimiento científico que se inició aquel día de 1492: no sólo apareció un «Nuevo Mundo», sino que el antiguo globo terráqueo se expandió a casi el doble del tamaño que se le suponía.

Un joven aventurero

El estudio comparado de diversas documentaciones permite asegurar que el futuro navegante nació en Génova y que tal hecho debió de ocurrir entre el 25 de agosto y el 31 de octubre del año 1451. Se le dio el nombre de Cristóforo, y fue el primer hijo del matrimonio formado unos cinco años antes por Doménico Colombo y Susana Fontanarossa. La familia estaba asentada en la Liguria desde por lo menos un siglo atrás, aunque sus miembros siempre fueron campesinos o artesanos sin medios de fortuna. El propio Doménico parece haberse trasladado desde Quinto a Génova alrededor de 1429 para aprender el oficio de tejedor. Los Colombo tuvieron otros tres hijos y una hija, Bianchinetta. Dos de estos hermanos Colombo habrían de jugar un papel preponderante y continuo en las aventuras y desventuras del primogénito: Bartolomé y Giácomo. Al segundo de ellos se le llamaría Diego en España.

Apenas tenía edad bastante cuando Cristóforo ayudaba a su padre en sus sucesivos trabajos como quesero y tabernero o lo acompañaba en viajes de negocios a Quinto o Savona. Era un chico despierto e inquieto, pero no consta que hubiera seguido ningún tipo de estudios. Lo que verdaderamente le atraía era el puerto, los relatos de marineros, las naves que llegaban de tierras lejanas. Génova era un importante centro del comercio marítimo y no le costaba mucho al joven Colombo enrolarse en barcos de las grandes compañías navieras de la ciudad, realizando diversos itinerarios mercantiles por el Mediterráneo. Así aprendió, en la práctica sobre cubierta, el oficio del mar. Hablaba con los pilotos de vientos y corrientes, leía las cartas marinas y ensayaba el uso de los instrumentos náuticos. A los veinte años era ya un buen marinero.

Tras su probable alistamiento en una expedición de la armada ligur a la isla griega de Quíos, que formaba parte de los dominios genoveses, en 1476 Cristóforo se embarcó en una flotilla comercial con destino a Flandes. Pero a poco de atravesar el estrecho un suceso providencial cambiaría la vida del joven Colombo. Era el momento en que portugueses y franceses apoyaban a Juana la Beltraneja en la lucha por la sucesión de Castilla, y navíos de guerra galos atacaban sin mayor razón que el bucanerismo al convoy genovés. Hundida su nave, Cristóforo alcanzó a nado la costa lusitana. Poco después se encontraba instalado en Lisboa, como agente de la importante casa naviera Centurione, armadora de la flotilla atacada. Allí cambió su nombre por Cristóbal y su apellido por Colomo o Colom, mientras se le reunió su hermano Bartolomé, también marino e interesado en la cartografía.

Cuenta la tradición que los Colomo llevaban una vida aposentada y tranquila, y que el mayor acostumbraba oír misa en el convento de Santos. Allí se fijó en una de las pupilas, Felipa Moniz Palestrello, joven hermosa y de familia importante. La madre, Isabel Moniz era de noble linaje, emparentado con el de Braganza; el padre, Diego Palestrello, también genovés, estaba estrechamente relacionado con las empresas náuticas de la corona portuguesa y era a la sazón gobernador de la isla de Porto Santo, en el archipiélago de Madeira. Cristóbal pidió y obtuvo la mano de Felipa en 1477, y un año después nació un hijo al que bautizaron Diego. Bajo la influencia de su suegro, Colón se interesó cada vez más en los aspectos geográficos y científicos de la navegación, apartándose de su faceta meramente comercial. En esto pudo pesar también su temprana viudez (Felipa murió un año después de dar a luz) y sus desavenencias con la casa Centurione, a la que puso un prolongado pleito, que fue la base del Documento Aseretto.

El gran proyecto

A partir de ese momento, Cristóbal comenzó a soñar y diseñar el ambicioso y desmesurado proyecto que habría de obsesionarlo toda su vida: descubrir una ruta más corta y segura a las Indias, navegando hacia occidente. Ya se ha dicho que la idea teórica estaba bastante difundida y se han citado antecedentes más o menos legendarios, a los que hay que agregar los que el propio navegante pudo recoger en sus estancias en Porto Santo y el claro talante de «expansión oceánica» que se vivía en Portugal a partir de los descubrimientos y exploraciones de los archipiélagos atlánticos y las costas de África.

Pero es probable que el factor desencadenante haya sido una carta del sabio florentino Paolo del Pozzo Toscanello al canónigo Fernando Martins, para que interesara al rey en sus ideas. El documento -o una copia de éste- llegó a manos de Cristóbal, quizá por mediación de Diego Palestrello. La teoría del humanista de Florencia resume los conocimientos de la época sobre el globo terráqueo, que acertaban en su forma esférica y erraban en el cálculo de sus dimensiones, adjudicando sólo 125 grados a la distancia que separaba Canarias de Asia.


El primer viaje

Colón asumió la idea, la transformó en proyecto expedicionario y la elevó al rey Juan II. Éste, tras el dictamen negativo de una junta de sabios, lo rechazó por incierto. Hay quien dice que el monarca recelaba de aquel extranjero sin títulos ni estudios, y envió en secreto otra expedición que terminó en fracaso. Resentido por este engaño, o más probablemente a causa de sus apuros económicos y la ilusión de encontrar otro protector, Cristóbal abandonó Lisboa junto a su hijo y su hermano Bartolomé. Bordearon la península, con intención de dejar al pequeño Diego a cargo de su tía materna Violante Moniz, que vivía en Huelva.

En el camino se detuvieron en el cercano convento franciscano de La Rábida, donde se alojaron como albergados. El padre guardián, fray Juan Pérez, que había sido confesor de la reina, se entusiasmó con el proyecto del extranjero que se hacía llamar Xrobal Colón (XR era en la época el anagrama de Cristo), e interesó en él a su erudito cofrade fray Antonio de Marchena, experto en astronomía y cosmografía. Ambos frailes le dieron recomendaciones para el duque de Medinaceli, quien se apasionó por la idea y retuvo a Colón durante más de un año, con el propósito de preparar la expedición. Pero los Reyes Católicos desautorizaron tal proyecto, y todo lo que pudo hacer el duque fue enviarles al navegante a su corte de Córdoba. Una vez más, en 1485, un consejo de sabios reunido en Salamanca desaconsejó la empresa, quizá porque ya poseían indicios de lo extenso y arduo de la travesía. Pero Isabel, pese a estar enzarzada en la guerra de Granada, no descartó del todo la idea de llevar a las Indias el pabellón de Castilla. Otorgó una pensión al navegante y le rogó que permaneciera en Córdoba. Cristóbal se instaló en un mesón, donde entabló relación con la joven Beatriz Enríquez, veinte años menor que él. De esa unión nació en 1488 un hijo, Hernando, que sería el primer biógrafo del Almirante y principal responsable de los ocultamientos y ambigüedades que durante siglos envolverían a su figura.

Ultimada la conquista de Granada, los reyes recibieron con mejor talante a Colón. Pero las pretensiones del extranjero resultaban desmesuradas: el almirantazgo de la Mar Océana, el virreinato hereditario de las tierras que encontrara y una parte importante de todas las riquezas que él o sus hombres obtuvieran por conquista o por comercio. Fernando le hizo notar su exceso, aunque Isabel le despidió con vagas promesas. Colón, harto de su deambular ibérico, resolvió llevar su proyecto ante el rey de Francia.

La Pinta, la Niña y la Santa María

Los frailes de La Rábida consiguieron disuadirlo y, con la colaboración de los cortesanos Luis de Santángel y Juan de Coloma, convencieron a los monarcas católicos de avenirse al llamado Protocolo de Santa Fe, que en 1492 concedió al Almirante los títulos y prebendas que exigía, aunque sólo el diez por ciento de los eventuales beneficios. Pero los exhaustos tesoros reales no aportaron un solo maravedí para financiar la expedición (pese a lo que diga la leyenda, las joyas de la reina ya habían sido pignoradas a los usureros valencianos). Con ellos tuvo relación Santángel, a quien se debió la brillante idea de hipotecar el arrendamiento de los derechos genoveses al puerto de Valencia, baza que tomó, por mediación del propio Colón, el rico banquero ligur Juanoto Berardi. Resuelto el problema financiero, sólo faltaba hallar los barcos y las tripulaciones.

El almirante de la Mar Océana

Tuvo entonces Colón otro encuentro providencial: Martín Alonso Pinzón, acaudalado armador, viejo lobo de mar y próspero mercader de Huelva, que se apasionó por el proyecto colombino. Fue gracias al prestigio de Pinzón que los recelosos marinos onubenses aceptaron enrolarse en la extraña empresa, y que los armadores Pinto y Niño aceptaron desprenderse de sendas carabelas que serían bautizadas con sus nombres. Martín Alonso y su hermano Vicente Yáñez pilotarían esas naves, mientras que el Almirante escogió una nao cantábrica anclada en el puerto de Palos, llamada Marigalante. Su armador, el cartógrafo Juan de la Cosa, ofreció incorporarse a la expedición como maestre y la nave capitana fue rebautizada Santa María. Restaba aún comprar aparejos y provisiones. Los hermanos Pinzón y sus amistades reunieron el dinero faltante, y todo quedó listo para hacerse a la mar.

Partida del puerto de Palos

La expedición partió del puerto de Palos el 3 de agosto de 1492. Pese a la oposición de Martín Alonso y las dudas de Juan de la Cosa, Colón insistió obcecadamente en mantener el derrotero que marcaba el grado 28 de latitud, que pasaba por la isla de Hierro. Por fortuna, intuición o saberes que el Almirante no reveló, ese rumbo se mostraba muy favorable para avanzar sin zozobra hacia el poniente. Y la pequeña escuadra se internó en el enigma del «Mar Tenebroso». Pero pasaron más de dos meses sin avistar tierra y se produjeron conatos de rebelión, reducidos gracias a la autoridad indiscutida de Pinzón. Fue también el veterano piloto quien convenció a Colón finalmente de torcer el rumbo al sudoeste y pronto comenzaron a ver ramas flotantes, pájaros y otros signos inequívocos de que se acercaban a una costa (debe decirse que si hubieran seguido el derrotero del paralelo 28 hubieran llegado a la Florida, y quizá la historia de América hubiese sido otra).

En la noche del 11 al 12 de octubre el marinero Juan Rodríguez Bermejo, apodado el Trianero, dio el grito de «¡Tierra!» desde la cofa de La Pinta. Al amanecer desembarcaron en una isla (Guananahí o Walting, en las Bahamas) que Colón bautizó San Salvador. Convencido de encontrarse en dominios del Gran Kan, el navegante recorrió el archipiélago en busca de riquezas. Pero sólo hallaron forestas tropicales y nativos desnudos. Luego de tocar la isla de Juana (Cuba), la Santa María encalló irremisiblemente en la costa de La Española (actual Haití).

Colón decidió aprovechar los restos de la nave para construir un precario fuerte, que bautizó Natividad por ser 25 de diciembre. Quedaron allí unos pocos voluntarios y el resto de la expedición emprendió el regreso el 4 de enero de 1493. El Almirante capitaneaba La Niña y ordenó gobernar al norte, rumbo aparentemente erróneo. Pero una vez más acertó, pues la corriente del golfo lo enfiló sin dificultad hacia la península, mientras La Pinta de Martín Alonso era desviada por un temporal. Arribaron el uno a Lisboa y el otro a Bayona (Galicia). Y en tanto Colón rechazaba las ofertas de Juan II de Portugal para apropiarse del descubrimiento, Pinzón, enfermo, moría poco después.


Recibimiento triunfal en Barcelona

Los Reyes Católicos recibieron a Colón en Barcelona con gran pompa y ceremonia, sin dejarse convencer por las intrigas que ya se tejían contra él. Le confirmaron sus títulos y privilegios y por real cédula acrecentaron un castillo y un león más en su escudo de armas. Pero el Almirante sólo pensaba en regresar a las Indias, y esta vez con gran despliegue náutico. El 25 de septiembre de 1493 zarpó de Cádiz al frente de una poderosa flota de 1.500 tripulantes, con capitanes como Ponce de León, Pedro de Margarit o Bernal Díaz, eclesiásticos, cartógrafos y el hidalgo conquense Alonso de Ojeda, que llegaría a ser paradigma del conquistador temerario. Este segundo viaje duró más de dos años y en él se exploraron las Pequeñas Antillas y las islas de Puerto Rico y Jamaica, además de bordear las costas de Cuba. El antiguo fuerte Natividad había sido arrasado por los indios, y Colón fundó un nuevo enclave que denominó La Isabela. Dejó allí como adelantado y gobernador a su hermano Bartolomé, no sin antes reprimir duramente a los nativos con la ayuda de Ojeda. En el ínterin, habían llegado a la península noticias, quizás interesadamente exageradas, sobre las arbitrariedades del Almirante y las matanzas de indígenas.

Lo cierto es que Colón resultó tan torpe gobernante en tierra como insigne nauta en el mar. Pero los reyes, por el momento, mantuvieron su confianza y autorizaron un nuevo viaje «para enmendar los yerros» que pudiera haber cometido. Seis carabelas partiron de Sanlúcar de Barrameda el 30 de mayo de 1498, tripuladas en su mayor parte por penados. Tanto era el temor y la desconfianza que ya inspiraban las historias de mucho riesgo y poco beneficio que llegaban de las nuevas tierras. Esta tercera expedición fue la que llegó más al sur, circundando la isla Trinidad y avistando la desembocadura del Orinoco, en la actual Venezuela. Pero a Colón le acuciaba volver a La Española, tras una ausencia de treinta meses. Encontró allí un verdadero caos. El corregidor Francisco Roldán se había sublevado contra Bartolomé y Diego, apoyado por ex reclusos y caciques inamistosos, mientras las fuerzas regulares permanecían neutrales. Incapaz de dominar la situación, el Almirante reclamó auxilio a la corona, reconociendo tácitamente sus desaciertos como virrey. Meses más tarde, tras nuevas bravatas de Roldán y excesos de los Colón, arribó el comisario real, Francisco de Bobadilla. Éste mandó apresar a los tres hermanos, que al llegar a la península permanecieron encarcelados en Cádiz. La historiografía actual entiende que la actuación de Bobadilla fue correcta, dadas las circunstancias. No obstante, los reyes ordenaron liberar a los detenidos, aunque privaron provisionalmente a Cristóbal Colón de la gobernación del Nuevo Mundo.

Muerte de Colón

Tanto porfiaba el Almirante en volver que finalmente se le permitió embarcar, aunque con expresa prohibición de acercarse a La Española. En este cuarto y último viaje tocó las costas de Centroamérica (Panamá, Costa Rica, Nicaragua) y regresó cansado y enfermo para afincarse en Valladolid, donde (contra otro mito colónico) disfrutó de muy buenas rentas. Le sorprendió la muerte el 20 de mayo de 1506. Enterrado inicialmente en Sevilla, su hijo Diego trasladó sus restos años después a La Española, de la que era gobernador.



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Mensajepor franc » 08 Jul 2008, 14:53

Leonardo Da Vinci


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Nació en 1452 en la villa toscana de Vinci, hijo natural de una campesina, Caterina (que se casó poco después con un artesano de la región), y de Ser Piero, un rico notario florentino. Italia era entonces un mosaico de ciudades-estados como Florencia, pequeñas repúblicas como Venecia y feudos bajo el poder de los príncipes o el papa. El Imperio romano de Oriente cayó en 1453 ante los turcos y apenas sobrevivía aún, muy reducido, el Sacro Imperio Romano Germánico; era una época violenta en la que, sin embargo, el esplendor de las cortes no tenía límites.

A pesar de que su padre se casó cuatro veces, sólo tuvo hijos (once en total, con los que Leonardo acabó teniendo pleitos por la herencia paterna) en sus dos últimos matrimonios, por lo que Leonardo se crió como hijo único. Su enorme curiosidad se manifestó tempranamente, dibujando animales mitológicos de su propia invención, inspirados en una profunda observación del entorno natural en el que creció. Giorgio Vasari, su primer biógrafo, relata cómo el genio de Leonardo, siendo aún un niño, creó un escudo de Medusa con dragones que aterrorizó a su padre cuando se topó con él por sorpresa.

Consciente ya del talento de su hijo, su padre lo autorizó, cuando Leonardo cumplió los catorce años, a ingresar como aprendiz en el taller de Andrea del Verrocchio, en donde, a lo largo de los seis años que el gremio de pintores prescribía como instrucción antes de ser reconocido como artista libre, aprendió pintura, escultura, técnicas y mecánicas de la creación artística. El primer trabajo suyo del que se tiene certera noticia fue la construcción de la esfera de cobre proyectada por Brunelleschi para coronar la iglesia de Santa Maria dei Fiori. Junto al taller de Verrocchio, además, se encontraba el de Antonio Pollaiuollo, en donde Leonardo hizo sus primeros estudios de anatomía y, quizá, se inició también en el conocimiento del latín y el griego.


Juventud y descubrimientos técnicos

Era un joven agraciado y vigoroso que había heredado la fuerza física de la estirpe de su padre; es muy probable que fuera el modelo para la cabeza de San Miguel en el cuadro de Verrocchio Tobías y el ángel, de finos y bellos rasgos. Por lo demás, su gran imaginación creativa y la temprana maestría de su pincel, no tardaron en superar a las de su maestro: en el Bautismo de Cristo, por ejemplo, donde un dinámico e inspirado ángel pintado por Leonardo contrasta con la brusquedad del Bautista hecho por Verrocchio.

El joven discípulo utilizaba allí por vez primera una novedosa técnica recién llegada de los Países Bajos: la pintura al óleo, que permitía una mayor blandura en el trazo y una más profunda penetración en la tela. Además de los extraordinarios dibujos y de la participación virtuosa en otras obras de su maestro, sus grandes obras de este período son un San Jerónimo y el gran panel La adoración de los Magos (ambos inconclusos), notables por el innovador dinamismo otorgado por la maestría en los contrastes de rasgos, en la composición geométrica de la escena y en el extraordinario manejo de la técnica del claroscuro.

Florencia era entonces una de las ciudades más ricas de Europa; sus talleres de manufacturas de sedas y brocados de oriente y de lanas de occidente, y sus numerosas tejedurías la convertían en el gran centro comercial de la península itálica; allí los Médicis habían establecido una corte cuyo esplendor debía no poco a los artistas con que contaba. Pero cuando el joven Leonardo comprobó que no conseguía de Lorenzo el Magnífico más que alabanzas a sus virtudes de buen cortesano, a sus treinta años decidió buscar un horizonte más prospero.


Primer período milanés

En 1482 se presentó ante el poderoso Ludovico Sforza, el hombre fuerte de Milán por entonces, en cuya corte se quedaría diecisiete años como «pictor et ingenierius ducalis». Aunque su ocupación principal era la de ingeniero militar, sus proyectos (casi todos irrealizados) abarcaron la hidráulica, la mecánica (con innovadores sistemas de palancas para multiplicar la fuerza humana), la arquitectura, además de la pintura y la escultura. Fue su período de pleno desarrollo; siguiendo las bases matemáticas fijadas por León Bautista Alberti y Piero della Francesca, Leonardo comenzó sus apuntes para la formulación de una ciencia de la pintura, al tiempo que se ejercitaba en la ejecución y fabricación de laúdes.


Estimulado por la dramática peste que asoló Milán y cuya causa veía Leonardo en el hacinamiento y suciedad de la ciudad, proyectó espaciosas villas, hizo planos para canalizaciones de ríos e ingeniosos sistemas de defensa ante la artillería enemiga. Habiendo recibido de Ludovico el encargo de crear una monumental estatua ecuestre en honor de Francesco, el fundador de la dinastía Sforza, Leonardo trabajó durante dieciséis años en el proyecto del «gran caballo», que no se concretaría más que en una maqueta, destruida poco después durante una batalla.

Resultó sobre todo fecunda su amistad con el matemático Luca Pacioli, fraile franciscano que en 1494 publicó su tratado de la Divina proportione, ilustrada por Leonardo. Ponderando la vista como el instrumento de conocimiento más certero con que cuenta el ser humano, Leonardo sostuvo que a través de una atenta observación debían reconocerse los objetos en su forma y estructura para describirlos en la pintura de la manera más exacta. De este modo el dibujo se convertía en el instrumento fundamental de su método didáctico, al punto que podía decirse que en sus apuntes el texto estaba para explicar el dibujo, y no éste para ilustrar a aquél, por lo que Da Vinci ha sido reconocido como el creador de la moderna ilustración científica.

El ideal del saper vedere guió todos sus estudios, que en la década de 1490 comenzaron a perfilarse como una serie de tratados (inconclusos, que fueron recopilados luego en el Codex Atlanticus, así llamado por su gran tamaño). Incluye trabajos sobre pintura, arquitectura, mecánica, anatomía, geografía, botánica, hidráulica, aerodinámica, fundiendo arte y ciencia en una cosmología individual que da, además, una vía de salida para un debate estético que se encontraba anclado en un más bien estéril neoplatonismo.

Aunque Leonardo no parece que se preocupara demasiado por formar su propia escuela, en su taller milanés se creó poco a poco un grupo de fieles aprendices y alumnos: Giovanni Boltraffio, Ambrogio de Predis, Andrea Solari, su inseparable Salai, entre otros; los estudiosos no se han puesto de acuerdo aún acerca de la exacta atribución de algunas obras de este período, tales como la Madona Litta o el retrato de Lucrezia Crivelli. Contratado en 1483 por la hermandad de la Inmaculada Concepción para realizar una pintura para la iglesia de San Francisco, Leonardo emprendió la realización de lo que sería la celebérrima Virgen de las Rocas, cuyo resultado final, en dos versiones, no estaría listo a los ocho meses que marcaba el contrato, sino veinte años más tarde. La estructura triangular de la composición, la gracia de las figuras, el brillante uso del famoso sfumato para realzar el sentido visionario de la escena, convierten a ambas obras en una nueva revolución estética para sus contemporáneos. A este mismo período pertenecen el retrato de Ginevra de Benci (1475-1478), con su innovadora relación de proximidad y distancia y la belleza expresiva de La belle Ferroniére. Pero hacia 1498 Leonardo finalizaba una pintura mural, en principio un encargo modesto para el refectorio del convento dominico de Santa Maria dalle Grazie, que se convertiría en su definitiva consagración pictórica: La última cena. Necesitamos hoy un esfuerzo para comprender su esplendor original, ya que se deterioró rápidamente y fue mal restaurada muchas veces. La genial captación plástica del dramático momento en que Cristo dice a los apóstoles «uno de vosotros me traicionará» otorga a la escena una unidad psicológica y una dinámica aprehensión del momento fugaz de sorpresa de los comensales (del que sólo Judas queda excluido). El mural se convirtió no sólo en un celebrado icono cristiano, sino también en un objeto de peregrinación para artistas de todo el continente.


El regreso a Florencia

A finales de 1499 los franceses entraron en Milán; Ludovico el Moro perdió el poder. Leonardo abandonó la ciudad acompañado de Pacioli y tras una breve estancia en casa de su admiradora la marquesa Isabel de Este, en Mantua, llegó a Venecia. Acosada por los turcos, que ya dominaban la costa dálmata y amenazaban con tomar el Friuli, la Signoria contrató a Leonardo como ingeniero militar.

En pocas semanas proyectó una cantidad de artefactos cuya realización concreta no se haría sino, en muchos casos, hasta los siglos XIX o XX, desde una suerte de submarino individual, con un tubo de cuero para tomar aire destinado a unos soldados que, armados con taladro, atacarían las embarcaciones por debajo, hasta grandes piezas de artillería con proyectiles de acción retardada y barcos con doble pared para resistir las embestidas. Los costes desorbitados, la falta de tiempo y, quizá, las excesivas (para los venecianos) pretensiones de Leonardo en el reparto del botín, hicieron que las geniales ideas no pasaran de bocetos. En abril de 1500 Da Vinci entró en Florencia, tras veinte años de ausencia.

César Borgia, hijo del papa Alejandro VI, hombre ambicioso y temido, descrito por el propio Maquiavelo como «modelo insuperable» de intrigador político y déspota, dominaba Florencia y se preparaba para lanzarse a la conquista de nuevos territorios. Leonardo, nuevamente como ingeniero militar, recorrió los terrenos del norte, trazando mapas, calculando distancias precisas, proyectando puentes y nuevas armas de artillería. Pero poco después el condottiero cayó en desgracia: sus capitanes se sublevaron, su padre fue envenenado y él mismo cayó gravemente enfermo. En 1503 Leonardo volvió a la ciudad, que por entonces se encontraba en guerra con Pisa y concibió allí su genial proyecto de desviar el río Arno por detrás de la ciudad enemiga cercándola y contemplando la construcción de un canal como vía navegable que comunicase Florencia con el mar: el proyecto sólo se concretó en los extraordinarios mapas de su autor.

Pero Leonardo ya era reconocido como uno de los mayores maestros de Italia. En 1501 había causado admiración con su Santa Ana, la Virgen y el Niño; en 1503 recibió el encargo de pintar un gran mural (el doble del tamaño de La última cena) en el palacio Viejo: la nobleza florentina quería inmortalizar algunas escenas históricas de su gloria. Leonardo trabajó tres años en La batalla de Angheri, que quedaría inconclusa y sería luego desprendida por su deterioro. Importante por los bocetos y copias, éstas admirarían a Rafael e inspirarían, un siglo más tarde, una célebre de Peter Paul Rubens.

También sólo en copias sobrevivió otra gran obra de este periodo: Leda y el cisne. Sin embargo, la cumbre de esta etapa florentina (y una de las pocas obras acabadas por Leonardo) fue el retrato de Mona Lisa. Obra famosa desde el momento de su creación, se convirtió en modelo de retrato y casi nadie escaparía a su influjo en el mundo de la pintura. La mítica Gioconda ha inspirado infinidad de libros y leyendas, y hasta una ópera; pero poco se sabe de su vida. Ni siquiera se conoce quién encargó el cuadro, que Leonardo se llevó consigo a Francia, donde lo vendió al rey Francisco I por cuatro mil piezas de oro. Perfeccionando su propio hallazgo del sfumato, llevándolo a una concreción casi milagrosa, Leonardo logró plasmar un gesto entre lo fugaz y lo perenne: la «enigmática sonrisa» de la Gioconda es uno de los capítulos más admirados, comentados e imitados de la historia del arte y su misterio sigue aún hoy fascinando. Existe la leyenda de que Leonardo promovía ese gesto en su modelo haciendo sonar laúdes mientras ella posaba; el cuadro, que ha atravesado no pocas vicisitudes, ha sido considerado como cumbre y resumen del talento y la «ciencia pictórica» de su autor.


De nuevo en Milán: de 1506 a 1513

El interés de Leonardo por los estudios científicos era cada vez más intenso: asistía a disecciones de cadáveres, sobre los que confeccionaba dibujos para describir la estructura y funcionamiento del cuerpo humano. Al mismo tiempo hacía sistemáticas observaciones del vuelo de los pájaros (sobre los que planeaba escribir un tratado), en la convicción de que también el hombre podría volar si llegaba a conocer las leyes de la resistencia del aire (algunos apuntes de este período se han visto como claros precursores del moderno helicóptero).

Absorto por estas cavilaciones e inquietudes, Leonardo no dudó en abandonar Florencia cuando en 1506 Charles d'Amboise, gobernador francés de Milán, le ofreció el cargo de arquitecto y pintor de la corte; honrado y admirado por su nuevo patrón, Da Vinci proyectó para él un castillo y ejecutó bocetos para el oratorio de Santa Maria dalla Fontana, fundado por aquél. Su estadía milanesa sólo se interrumpió en el invierno de 1507 cuando, en Florencia, colaboró con el escultor Giovanni Francesco Rustici en la ejecución de los bronces del baptisterio de la ciudad. Quizás excesivamente avejentado para los cincuenta años que contaba entonces, su rostro fue tomado por Rafael como modelo del sublime Platón para su obra La escuela de Atenas. Leonardo, en cambio, pintaba poco dedicándose a recopilar sus escritos y a profundizar sus estudios: con la idea de tener finalizado para 1510 su tratado de anatomía trabajaba junto a Marcantonio della Torre, el más célebre anatomista de su tiempo, en la descripción de órganos y el estudio de la fisiología humana. El ideal leonardesco de la «percepción cosmológica» se manifestaba en múltiples ramas: escribía sobre matemáticas, óptica, mecánica, geología, botánica; su búsqueda tendía hacia el encuentro de leyes funciones y armonías compatibles para todas estas disciplinas, para la naturaleza como unidad. Paralelamente, a sus antiguos discípulos se sumaron algunos nuevos, entre ellos el joven noble Francesco Melzi, fiel amigo del maestro hasta su muerte. Junto a Ambrogio de Predis, Leonardo culminó en 1508 la segunda versión de La Virgen de las Rocas; poco antes, había dejado sin cumplir un encargo del rey de Francia para pintar dos madonnas.


Ultimos años: Roma y Francia

El nuevo hombre fuerte de Milán era entonces Gian Giacomo Tivulzio, quien pretendía retomar para sí el monumental proyecto del «gran caballo», convirtiéndolo en una estatua funeraria para su propia tumba en la capilla de San Nazaro Magiore; pero tampoco esta vez el monumento ecuestre pasó de los bocetos, lo que supuso para Leonardo su segunda frustración como escultor. En 1513 una nueva situación de inestabilidad política lo empujó a abandonar Milán; junto a Melzi y Salai marchó a Roma, donde se albergó en el belvedere de Giulano de Médicis, hermano del nuevo papa León X.

En el Vaticano vivió una etapa de tranquilidad, con un sueldo digno y sin grandes obligaciones: dibujó mapas, estudió antiguos monumentos romanos, proyectó una gran residencia para los Médicis en Florencia y, además, trabó una estrecha amistad con el gran arquitecto Bramante, hasta la muerte de éste en 1514. Pero en 1516, muerto su protector Giulano de Médicis, Leonardo dejó Italia definitivamente, para pasar los tres últimos años de su vida en el palacio de Cloux como «primer pintor, arquitecto y mecánico del rey».

El gran respeto que Francisco I le dispensó hizo que Leonardo pasase esta última etapa de su vida más bien como un miembro de la nobleza que como un empleado de la casa real. Fatigado y concentrado en la redacción de sus últimas páginas para su tratado sobre la pintura, pintó poco aunque todavía ejecutó extraordinarios dibujos sobre temas bíblicos y apocalípticos. Alcanzó a completar el ambiguo San Juan Bautista, un andrógino duende que desborda gracia, sensualidad y misterio; de hecho, sus discípulos lo imitarían poco después convirtiéndolo en un pagano Baco, que hoy puede verse en el Louvre de París. A partir de 1517 su salud, hasta entonces inquebrantable, comenzó a desmejorar. Su brazo derecho quedó paralizado; pero con su incansable mano izquierda Leonardo aún hizo bocetos de proyectos urbanísticos, de drenajes de ríos y hasta decorados para las fiestas palaciegas. Su casa de Amboise se convirtió en una especie de museo, plena de papeles y apuntes conteniendo las ideas de este hombre excepcional, muchas de las cuales deberían esperar siglos para demostrar su factibilidad e incluso su necesidad; llegó incluso, en esta época, a concebir la idea de hacer casas prefabricadas. Sólo por las telas que eligió en su última etapa, la Gioconda, el San Juan y Santa Ana, la Virgen y el Niño, puede decirse que Leonardo poseía entonces uno de los grandes tesoros de su tiempo.

El 2 de mayo de 1519 murió en Cloux; su testamento legaba a Melzi todos sus libros, manuscritos y dibujos, que éste se encargó de retornar a Italia. Como suele suceder con los grandes genios, se han tejido en torno a su muerte algunas leyendas; una de ellas, inspirada por Vasari, pretende que Leonardo, arrepentido de no haber llevado una existencia regido por las leyes de la Iglesia, se confesó largamente y, con sus últimas fuerzas, se incorporó del lecho mortuorio para recibir antes de expirar, los sacramentos.




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Mensajepor Guest » 18 Jul 2008, 18:13

Nos alegramos franc, que perseveres en lo que te comprometiste. Este hilo consolida su valor.

Saludos del Abuelo. :D

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Mensajepor franc » 30 Jul 2008, 12:33

Nicolás Copérnico


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(Torun, actual Polonia, 1473-Frauenburg, id., 1543) Astrónomo polaco. Nacido en el seno de una rica familia de comerciantes, Nicolás Copérnico quedó huérfano a los diez años y se hizo cargo de él su tío materno, canónigo de la catedral de Frauenburg y luego obispo de Warmia.

En 1491 Copérnico ingresó en la Universidad de Cracovia, siguiendo las indicaciones de su tío y tutor. En 1496 pasó a Italia para completar su formación en Bolonia, donde cursó derecho canónico y recibió la influencia del humanismo italiano; el estudio de los clásicos, revivido por este movimiento cultural, resultó más tarde decisivo en la elaboración de la obra astronómica de Copérnico.

No hay constancia, sin embargo, de que por entonces se sintiera especialmente interesado por la astronomía; de hecho, tras estudiar medicina en Padua, Nicolás Copérnico se doctoró en derecho canónico por la Universidad de Ferrara en 1503. Ese mismo año regresó a su país, donde se le había concedido entre tanto una canonjía por influencia de su tío, y se incorporó a la corte episcopal de éste en el castillo de Lidzbark, en calidad de su consejero de confianza.

Fallecido el obispo en 1512, Copérnico fijó su residencia en Frauenburg y se dedicó a la administración de los bienes del cabildo durante el resto de sus días; mantuvo siempre el empleo eclesiástico de canónigo, pero sin recibir las órdenes sagradas. Se interesó por la teoría económica, ocupándose en particular de la reforma monetaria, tema sobre el que publicó un tratado en 1528. Practicó así mismo la medicina, y cultivó sus intereses humanistas.

Hacia 1507, Copérnico elaboró su primera exposición de un sistema astronómico heliocéntrico en el cual la Tierra orbitaba en torno al Sol, en oposición con el tradicional sistema tolemaico, en el que los movimientos de todos los cuerpos celestes tenían como centro nuestro planeta. Una serie limitada de copias manuscritas del esquema circuló entre los estudiosos de la astronomía, y a raíz de ello Copérnico empezó a ser considerado como un astrónomo notable; con todo, sus investigaciones se basaron principalmente en el estudio de los textos y de los datos establecidos por sus predecesores, ya que apenas superan el medio centenar las observaciones de que se tiene constancia que realizó a lo largo de su vida.

En 1513 Copérnico fue invitado a participar en la reforma del calendario juliano, y en 1533 sus enseñanzas fueron expuestas al papa Clemente VII por su secretario; en 1536, el cardenal Schönberg escribió a Copérnico desde Roma urgiéndole a que hiciera públicos sus descubrimientos. Por entonces, él ya había completado la redacción de su gran obra, Sobre las revoluciones de los orbes celestes, un tratado astronómico que defendía la hipótesis heliocéntrica. El texto se articulaba de acuerdo con el modelo formal del Almagesto de Tolomeo, del que conservó la idea tradicional de un universo finito y esférico, así como el principio de que los movimientos circulares eran los únicos adecuados a la naturaleza de los cuerpos celestes; pero contenía una serie de tesis que entraban en contradicción con la antigua concepción del universo, cuyo centro, para Copérnico, dejaba de ser coincidente con el de la Tierra, así como tampoco existía, en su sistema, un único centro común a todos los movimientos celestes.



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Mensajepor franc » 07 Ago 2008, 22:30

Tycho Brahe

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(Knudstrup, Dinamarca, 1546-Benatky, actual Chequia, 1601) Astrónomo danés. Hijo mayor de un miembro de la nobleza danesa, cuando contaba tan sólo un año fue literalmente secuestrado por su tío, quien no tenía descendencia y se ocupó de su educación con el consentimiento del padre de Brahe. Orientado por su familia a la carrera política, en 1559 fue enviado a Copenhague para estudiar filosofía y retórica, tras lo cual cursó estudios de derecho en Leipzig (1562-1565); sin embargo, en 1560, año en que presenció un eclipse de sol, decidió dedicarse a la astronomía, disciplina que durante una primera época estudió por su cuenta.

Su primer trabajo astronómico, publicado en 1573, estuvo dedicado a la aparición de una nova en la constelación de Casiopea, observación que había efectuado en noviembre del año anterior. Tras haber establecido, mediante cuidadosas comprobaciones, la ausencia de paralaje y de movimiento retrógrado, llegó a la conclusión de que la estrella no era un fenómeno sublunar, y que tampoco estaba situada en ninguna de las esferas planetarias. El resultado contradecía la tesis aristotélica de la inmutabilidad de la esfera de las estrellas fijas.

Pronto Brahe empezó a gozar de una sólida reputación como astrónomo. Tras su matrimonio en 1573 con una campesina, que pudo realizarse después de que la oposición de la familia se suavizara merced a la intervención del rey Federico II, éste le concedió una pensión y le regaló de por vida la isla de Hveen, en el Sund, donde Brahe edificó el castillo de Uraniborg, dotado de un observatorio. Concluida su construcción en 1580 (aunque nunca lo consideró acabado a su entera satisfacción), lo equipó con todo tipo de instrumentos, algunos de colosales proporciones, como es el caso de un enorme cuadrante mural cuya invención se le atribuyó erróneamente.

Estaba convencido de que el progreso de la astronomía dependía, en aquellos momentos, de realizar una serie continuada y prolongada de observaciones del movimiento de los planetas, el Sol y la Luna. La precisión que alcanzó en dichas observaciones fue notable, con un error inferior en ocasiones al medio minuto de arco, lo cual le permitió corregir casi todos los parámetros astronómicos conocidos y determinar la práctica totalidad de las perturbaciones del movimiento lunar.

Tycho Brahe es conocido por ser el introductor de un sistema de mecánica celeste que vino a ser una solución de compromiso entre el sistema geocéntrico tolemaico y el heliocéntrico elaborado por Copérnico: la Tierra se sitúa en el centro del universo y es el centro de las órbitas de la Luna y del Sol, mientras que los restantes planetas giran alrededor de este último. El sistema es idéntico al copernicano, en cuanto a que los cálculos de las posiciones de los planetas arrojan los mismos resultados en uno y otro sistema; pero conserva formalmente el principio aristotélico de presunta inmovilidad de la Tierra y su posición central en el universo.

La discusión del movimiento del cometa avistado en 1577 le brindó la oportunidad de exponer su sistema en un texto del que algunos ejemplares circularon, en 1588, entre sus amigos y corresponsales, si bien no se editó propiamente hasta 1603; en dicho texto demostró la condición de objetos celestes de los cometas (contra la atribución de un origen y naturaleza atmosféricos que les hizo Aristóteles), y observó que su órbita podía no ser exactamente circular, sino parecida a un óvalo.

A la muerte de Federico II y durante la minoría de edad de su sucesor, Brahe perdió su pensión y los derechos sobre la isla; en 1597 abandonó Dinamarca y, tras una estancia en Hamburgo, en 1599 llegó a Praga y se instaló en el cercano castillo de Benatky gracias a la acogida que le dispensó Rodolfo II. En 1600, un todavía joven Johannes Kepler aceptó la invitación de Brahe para iniciar una colaboración a la que, dos años más tarde, puso fin la repentina muerte de éste; con todo, gracias a las observaciones de los movimientos planetarios realizadas por Brahe pudo Kepler culminar su propia obra.




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Mensajepor franc » 13 Ago 2008, 15:12

JOHANNES KEPLER


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(Würtemburg, actual Alemania, 1571-Ratisbona, id., 1630) Astrónomo, matemático y físico alemán. Hijo de un mercenario –que sirvió por dinero en las huestes del duque de Alba y desapareció en el exilio en 1589– y de una madre sospechosa de practicar la brujería, Johannes Kepler superó las secuelas de una infancia desgraciada y sórdida merced a su tenacidad e inteligencia.Tras estudiar en los seminarios de Adelberg y Maulbronn, Kepler ingresó en la Universidad de Tubinga (1588), donde cursó los estudios de teología y fue también discípulo del copernicano Michael Mästlin. En 1594, sin embargo, interrumpió su carrera teológica al aceptar una plaza como profesor de matemáticas en el seminario protestante de Graz.

Cuatro años más tarde, unos meses después de contraer un matrimonio de conveniencia, el edicto del archiduque Fernando contra los maestros protestantes le obligó a abandonar Austria y en 1600 se trasladó a Praga invitado por Tycho Brahe. Cuando éste murió repentinamente al año siguiente, Kepler lo sustituyó como matemático imperial de Rodolfo II, con el encargo de acabar las tablas astronómicas iniciadas por Brahe y en calidad de consejero astrológico, función a la que recurrió con frecuencia para ganarse la vida.

En 1611 fallecieron su esposa y uno de sus tres hijos; poco tiempo después, tras el óbito del emperador y la subida al trono de su hermano Matías, fue nombrado profesor de matemáticas en Linz. Allí residió Kepler hasta que, en 1626, las dificultades económicas y el clima de inestabilidad originado por la guerra de los Treinta Años lo llevaron a Ulm, donde supervisó la impresión de las Tablas rudolfinas, iniciadas por Brahe y completadas en 1624 por él mismo utilizando las leyes relativas a los movimientos planetarios que aquél estableció.

En 1628 pasó al servicio de A. von Wallenstein, en Sagan (Silesia), quien le prometió, en vano, resarcirle de la deuda contraída con él por la Corona a lo largo de los años. Un mes antes de morir, víctima de la fiebre, Kepler había abandonado Silesia en busca de un nuevo empleo.

La primera etapa en la obra de Kepler, desarrollada durante sus años en Graz, se centró en los problemas relacionados con las órbitas planetarias, así como en las velocidades variables con que los planetas las recorren, para lo que partió de la concepción pitagórica según la cual el mundo se rige en base a una armonía preestablecida. Tras intentar una solución aritmética de la cuestión, creyó encontrar una respuesta geométrica relacionando los intervalos entre las órbitas de los seis planetas entonces conocidos con los cinco sólidos regulares. Juzgó haber resuelto así un «misterio cosmográfico» que expuso en su primera obra, Mysterium cosmographicum (El misterio cosmográfico, 1596), de la que envió un ejemplar a Brahe y otro a Galileo, con el cual mantuvo una esporádica relación epistolar y a quien se unió en la defensa de la causa copernicana.

Durante el tiempo que permaneció en Praga, Kepler realizó una notable labor en el campo de la óptica: enunció una primera aproximación satisfactoria de la ley de la refracción, distinguió por vez primera claramente entre los problemas físicos de la visión y sus aspectos fisiológicos, y analizó el aspecto geométrico de diversos sistemas ópticos.

Pero el trabajo más importante de Kepler fue la revisión de los esquemas cosmológicos conocidos a partir de la gran cantidad de observaciones acumuladas por Brahe (en especial, las relativas a Marte), labor que desembocó en la publicación, en 1609, de la Astronomia nova (Nueva astronomía), la obra que contenía las dos primeras leyes llamadas de Kepler, relativas a la elipticidad de las órbitas y a la igualdad de las áreas barridas, en tiempos iguales, por los radios vectores que unen los planetas con el Sol.

Culminó su obra durante su estancia en Linz, en donde enunció la tercera de sus leyes, que relaciona numéricamente los períodos de revolución de los planetas con sus distancias medias al Sol; la publicó en 1619 en Harmonices mundi (Sobre la armonía del mundo), como una más de las armonías de la naturaleza, cuyo secreto creyó haber conseguido desvelar merced a una peculiar síntesis entre la astronomía, la música y la geometría.



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