Así que, sentaos, poneros cómodos, una copa de vino, y disfrutad del relato (si no os gusta ni interesa

Nos cuenta Alejandro Polihístor, que las Pléyades eran las siete hijas de la Oceánide Pleíone y de Atlante (o Atlas). Se decía que eran siete en total, pero nadie pudo ver nunca más de seis al al lado de sus padres (no olvidemos en el siglo que estamos, y que por lo que parece, a principio de la época clásica desapareció una de las estrellas).
Electra, Maya, Taígete, Alcyone, Celeno ,Mérope y Estérope. Estos son los nombres de las siete hermanas, que a diferencia de otro grupo de hermanas, las Híades ("las lluviosas", aparecen anunciando la primavera y asomando el verano, escondiéndose de nuevo cuando llega el invierno.
Según cuenta el mito, Pleíone paseaba por Beocia con sus hijas, y Orión, excitado, quiso violarla. Pero ella huyó con sus hijas y Orión, que la persiguió durante siete años (algunos autores dicen que cinco), no pudo encontrarla.
Zeus se compadeció de ellas, las colocó en el cielo. Todavía hoy parece que Orión las esté persiguiendo mientras huyen hacia poniente.
Se ha dicho de ellas que eran vírgenes, lo cual no es cierto, ya que tres de ellas (Electra, Maya, Taígete) yacieron con Zeus, dos de ellas (Alcyone, Celeno) con Neptuno, Estérope con Ares, y de Mérope... Mérope se casó con Sísifo, el mortal.
Cuando con un muy buen cielo miramos las Pléyades, hay un juego en el que se trata de ver quién ve más estrellas (sumando padres y hermanas) a simple vista. Prácticamente es imposible distinguir a Stérope para el ojo humano (magnitud 5.8 frente a la magnitud 2.9 de Alcyone). Pero hay una tímida estrella, que se esconde cuando se siente descubierta. Cuando se siente mirada, observada, se esconde una y otra vez: Mérope. Algunos dice que es porque fue apartada de las hermanas por haberse casado con un mortal, pero no es solo ese el motivo de la vergüenza y desolación de Mérope. Para entender porque se esconde de las miradas, tendremos que escuchar la historia de Sísifo (que ahora hace anuncios para una bebida energética).
Sísifo, hijo de Éolo, se caso con Mérope, con quien tuvo tres hijos: Glauco, Ornitión y Sinón, y poseía un gran rebaño de vacas en Corinto. Cerca de él vivía Autólico, hijo de Quione y parece ser, de Hermes.
Parece ser que Autólico era experto en el robo, pues gracias a Hermes tenía el poder de metamorfosear a cualquier animal que robaba. Sísifo se dió cuenta de que su rebaño iba menguando y el de Autólico creciendo, así que sospecho de él y le preparó una trampa. Marcó en el interior de los cascos de todos sus animales el monograma "SS". Esa noche Autólico robó como siempre pero al amanecer, las huellas de los cascos a lo largo del camino proporcionaron a Sísifo la prueba suficiente para acusar públicamente a Autólico. Fue, acompañado por el pueblo al establo de Autólico y mostró los cascos marcados a los vecinos. Cuentan que mientras el pueblo estaba recriminiando a Autólico, Sísifo entró en la casa de Autólico y sedujo a su hija, Anticlea, esposa del argivo Laertes. De esa unión nació Odiseo.
Sísifo fundó Éfira, llamada luego Corinto. Sus contemporáneos le consideraban el peor bribón del mundo y sólo le concedían que promovía el comercio y la navegación de Corinto.
A la muerte de Eolo, Salmoneo usurpó el reino de Tesalia, del que era Sísifo el legítimo heredero. Sísifo consultó con el oráculo de Delfos, que le dijo. "Engendra hijos con tu sobrina; ellos te vengaran". así que seujo a Tiro, la hija de Salmoneo, cual, al descubrir que su motivo no era por amor sino por odio al padre, mató a los dos hijos que le había dado. Sísifo fue entonces al mercado de Larisa, mostró los cadáveres y acusó falsamente a Salmoneo de incesto y asesinato, e hizo que lo desterraran de Tesalia.
Pero lo peor para Sísifo estaba por venir. Zeus raptó a Egina, hija del dios fluvial Asopo, quien fue a Corinto en su busca. Sísifo sabía muy bien lo que le había ocurrido a su hija, pero no quiso revelar nada a menos que Asopo accediera a abastecer a la ciudad de Corinto con un manantial perenne. Así surgió el manantial de Pirene, detrás del templo de Afrodita. Entonces Sísifo le dijo todo lo que sabía.
Zeus escapó por los pelos de la ira de Asopo, y enfurecido, ordenó a su hermano Hades que fuera a buscar a Sísifo y se lo llevara al Tártaro para castigarlo eternamente por los revelar secretos divinos. Pero Sísifo no se intimidó: astutamente puso a Hades unas esposas con el pretexto de aprender cómo se manejaban y en seguida se apresuró a cerrarlas. Así quedó Hades encerrado en la casa de Sísifo durante unos días, días en los cuales nadie podía morir, ni si quiera los descuartizados ni decapitados, hasta que al fin Ares, cuyos intereses quedaban amenazados con esa situación, intervino, liberando a Hades y apresando a Sísifo.
Pero Sísisfo tenía otra treta en reserva, antes de descender al Tártaro ordenó a su esposa Mérope que no le enterrara, y cuando llegó al Palacio de hades fue directamente a ver a Perséfone y le dijo que, como persona que no había sido enterrada, el no tenía derecho a estar allí, sino que debían haberlo dejado en el otro lado del Estigia.
"Permíteme volver al mundo superior,-suplicó,- para que arele el entierro y vengue el descuido cometido conmigo. Mi presencia aquí es sumamente irregular. Volveré dentro de tres días".
Perséwfone se dejó engañar y le concedió a Sísifo lo que le pedía. Pero tan pronto como Sísifo se encontró de nuevo bajo la luz del sol faltó a la promesa a Perséfone, quien hubo de llamar a Hermes para que se lo llevara de vuelta.
Quizá porque había agraviado a Salmoneo, o porque había revelado el secreto de Zeus, o porque había vivido siempre del robo y asesinado con frecuencia a viajeros confiados, lo cierto es que se impuso a Sísifo un castigo ejemplar. Los Jueces de los Muertos le mostraron a Sísifo un apiedra gigantesca y le ordenaron que la subiera a la cima de una colina y la dejara caer por la otra ladera. Pero nunca ha conseguido hacerlo. Tan pronto como está a punto de llegar a la cima el peso de la gigantesca piedra le obliga a retroceder, cayendo de nuevo al punto de partida. Ël la vuelve a tomar cansadamente y tiene que reanudar la tarea aunque el sudor le baña el cuerpo y se alza una nube de polvo sobre la cabeza.
Mérope no se avergüenza de ser la única hermana que no se casó con un dios, casada con un mortal, sino de ser la única Pléyade con un marido mortal, criminal y en el Infierno. Apartada, avergonzada, a veces con los cabellos caídos sobre el rostro (como un cometa), ahí está Mérope.
La próxima vez que tengáis ocasión de salir con buen cielo, a ver quién de vosotros ve más hermanas... y a ver si conseguís ver a Mérope.
En fin pilarín, si os gusta y queréis más seguiremos, pero recordad, lo diré siempre: se conservan muchas versiones, muchas muy fragmentadas y fragmentarias, y la que voy a escribir, no es la auténtica en ningún caso, sino la más completa y comúnmente aceptada por los estudiosos del tema.
Saludos y buenos cielos