-¡¡Unna! ¡¡Unna!!
No cabía la menor duda: quería que le enseñara las fotos del libro de Patrick Moore LA LUNA. Y claro, qué remedio... Cogí el libro, subí al pequeñajo a mis rodillas y empezamos a ver fotos de la Luna. En la primera página había una de reducidas dimensiones en blanco y negro, pero al chavalín no le satisfizo:
-¡¡Gande!!
Y empezó a pasar hojas.
Para prevenir males mayores asumí el control del libro y me fui directo a las páginas centrales en las que están las fotos en color. La primera de ellas es una foto a toda página de una hermosa Luna llena. Y estábamos viendo fotos sacadas desde los módulos orbitales de las misiones Apolo cuando el peque dio un brico, saltó al suelo y salió disparado mientras exclamaba:
-¡Tololopo! ¡Tololopo!
-¡Eh! ¿Dónde vas?
-¡Tololopo!
Dí alcance al pequeño aventurero cuando salía a trompicones del salón. Cogido de su manita, me condujo de forma inexorable por el pasillo hasta la habitación paterna mientras gritaba:
-¡Tololopo!
-¿Qué pasa? -Quiso saber su madre, un tanto alarmada, asomando desde el cuarto-despacho en el que estaba trabajando en el ordenador.
-¡Tololopo! -respondió nuestro hijo.
-Nada, que vamos a ver el "tololopo".
-¿Qué es eso? -inquirió, mientras fruncía en entrecejo.
-Tengo una ligera idea...
Tal y como suponía, el peque sólo se detuvo cuando llegó frente al armario:
- ¡Tololopo!
Abrí el armario y el chavalín se detuvo a observar las cajas y maletas que guardo en su interior. Ató cabos y señaló una bolsa acolchada del fondo:
-¡Tololopo!
Y, claro, no me quedó más remedio que sacar el telescopio de su maleta, montarlo y enseñárselo. No tardó mucho en descubrir para qué servían los dos mandos de la montura acimutal.

Estos críos nacen sabiendo... Lástima que en la adolescencia nuestros jóvenes experimenten una regresión al primitivismo cultural.