
Así es como calificaba Lutero a Nicolás Copérnico, el encargado de demostrar a sus contemporáneos renacentistas que no eran ellos el centro del Universo. Con él, el hombre comenzó a vislumbrar su verdadero lugar en el cosmos.
Copérnico nace en la próspera ciudad polaca de Thorn, a orillas del Vístula, en el año 1473. Pronto queda huérfano, y su tío le encamina hacia la Iglesia: desde los 24 años hasta su muerte, será canónigo de la ciudad de Frauenburg. Realmente, si obviamos la intención peyorativa, encontramos cierta verdad en la afirmación de Lutero. Contemporáneo de Leonardo Da Vinci y Miguel Ángel, Copérnico fue, sin duda, un hombre del Renacimiento. Estudia matemáticas en Cracovia, y es capaz de pintar su autorretrato. En 1496 viaja a Italia, el mayor centro cultural de su época (y de casi todas las épocas), donde estudiará Derecho Canónico. Es aquí donde vemos despertar en Copérnico un interés creciente por la astronomía, aunque nunca se dedicó a ella profesionalmente. Además, el estudio de los clásicos en Italia le marcaría hondamente. Seguramente entró en contacto con la obra de Aristarco de Samos, defensor de que la Tierra giraba alrededor del Sol. Pero no termiarían aquí sus intereses, ya que también hizo un proyecto de reforma monetaria y su actividad en el campo de la medicina fue más que notable.
Desde su puesto de canónigo (nunca hay que olvidarlo), Copérnico maduró la teoría que iba a hacerle ocupar un lugar imprecedero en la historia: el heliocentrismo. No obstante, era reacio a su publicación. Sus amigos tuvieron que "instarlo e incluso apremiarlo hasta el fastidio" para que la imprimiese. Pero aún no era el momento, y el esbozo de sus hipótesis sobre los movimientos celestes pasó de mano en mano gracias a algunos manuscritos. Tras esto, dio permiso a su ayudante Rheticus para que se encargara de la publicación. Sin embargo, las cosas no suelen salir como se planifican, y Rheticus tuvo que abandonar el proyecto, retomándolo el luterano Andreas Osiander, que procuró adaptar las teorías de Copérnico a la ortodoxia. A él le debemos el prólogo falsificado que encabeza su obra, desenmascarado luego por Kepler; que se plegaba a la ortodoxia afirmando que las teorías defendidas en la obra eran sólo hipótesis que pudieran ser falsas.
Es de ley en este punto destacar que fue el luteranismo, y no el catolicismo, el que adoptó una actitud fundamentalista ante las teorías de Copérnico. La curia romana adoptó una actitud más tolerante, y Clemente VII dio el visto bueno a la publicación del manuscrito íntegro, que pasaría a estudiarse en la mayoría de universidades católicas. ¿Tal vez un primer intento de separar religión y ciencia en una época donde era imparable el ascenso de la segunda?
La teoría de Copérnico afirmaba dos cosas: que la Tierra se movía y giraba alrededor del Sol, que pasaba a convertirse en el centro del universo. Lo principal del sistema ptolomaico basado en las esferas se mantenía intacto, y tampoco se define en si el universo es finito o infinito. Otra influencia importante la constituirían los pitagóricos, que invitaban a elevarse por encima de los sentidos y a alcanzar la realidad por medio de las matemáticas. La armonía de los números.
Más sorprendente resulta su adhesión a las teorías neoplatónicas. Para Platón, el mundo real era un mundo de ideas, donde la geometría ocupaba un papel fundamental. Para Copérnico, el universo debía tener una armonía mucho más simple que el sistema ptolemaico de epiciclos, deferentes y ecuentes. Él describía las verdades reales de un universo matemático.
En 1543, Copérnico está en su lecho de muerte y recibe, por fin, una copia de su De Revolutionibus Orbium Caelestium. Reconforta imaginar que no leyó el prólogo de Osiander y que este "astrónomo advenedizo" pudo morir en paz para ir a ocupar su puesto entre los grandes hombres de ciencia de todos los tiempos.